Mujeres Desafiantes

Marcela Serrano: ‘Cambió el mundo. Y ese cambio no ha hecho más que favorecernos’

Desafiantes Latinoamérica 2022

En sus libros, como en su vida, las mujeres tienen una presencia muy fuerte y significativa. Para la escritora chilena “el lugar que ocupan hoy las mujeres se acerca cada día más a la igualdad por la que hemos luchado aunque aún nos falte mucho. Somos la verdadera revolución del siglo 21”.

2022-08-25

Entrevista por Gabriela Origlia - Revista Estrategia & Negocios

La escritora chilena Marcela Serrano tiene una vida de compromiso con las mujeres y con Latinoamérica. Hace 20 años, al presentar su novela “Lo que está en mi corazón”, dijo que la realidad de América” impone ese compromiso. En aquel momento aseguró que el feminismo es una causa que la “mueve” y que no acepta que “los hombres digan que es una palabra trasnochada. Para mí, el concepto sigue siendo una causa válida. Más aun viendo lo que pasa con las mujeres en otras partes del mundo”.

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En su obra les ha dado voz a las mujeres y en su cotidianeidad estuvo y está rodeada por sus hermanas. Eran cinco, muy unidas y bulliciosas, según recuerda. En 2017 murió Margarita Serrano, quien era periodista. Marcela le dedicó “El manto”, su novela más personal. La escribió viviendo en el campo -donde todavía sigue instalada- y asumiendo que al duelo no se le puede sacar el cuerpo. En su infancia la rodearon, además de sus hermanas, su madre, tías maternas y dos abuelas. Sus hijas, Elisa y Margarita, continuaron la historia de mujeres.

Su padre, Horacio Serrano -también parte de ese universo- rompía con los moldes de la época. Era ingeniero civil doctorado en Cambridge, autor de libros sobre las culturas griega e hindú y ensayista. Siempre les dijo a sus hijas que debían estudiar e independizarse económicamente para tener libertad; y que el destino de la mujer no se limitaba a tener hijos. Hacerlo era una elección.

Su madre, Elisa Pérez, era novelista y gozaba de excelentes críticas en Chile. Aunque Marcela escribió desde su infancia, públicamente empezó a hacerlo cuando su mamá, impedida por una enfermedad, dejó de escribir. Sus padres no la alentaban a ir por el camino de las letras, sino por el del dibujo. Es graduada en la Escuela de Arte de la Universidad Católica de Chile.

En su juventud, la rebeldía no solo la llevó a hacer el primer body paint de Chile sino que militó en un partido de izquierda, el MAPU. Con los años lo definió como una agrupación “de niñitos bien cristianos que se habían ido a la izquierda” y que terminaron “más marxistas que los propios comunistas”. Tal vez por esa misma vocación, novió con un integrante del grupo musical Quilapayún.

Cuando Augusto Pinochet derrocó en un golpe militar a Salvador Allende, Marcela se exiló en Roma, donde estuvo cuatro años hasta regresar -con temor- a su país. En 1994 fue ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, por su obra “Nosotras que nos queremos tanto” y del galardón de la Feria del Libro de Guadalajara (México) a la mejor novela hispanoamericana escrita por una mujer. Ese mismo año obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago de Chile por “Para que no me olvides”.

Está casada -en terceras nupcias- con el político y diplomático Luis Maira Aguirre. Ha viajado mucho, vivido en embajadas y está acostumbrada a seguir de cerca las vicisitudes políticas de Latinoamérica. El actual presidente de Chile, Gabriel Boric, fue pareja de su hija Margarita, y todavía tiene un vínculo cercano con la familia.

Alguna vez se definió como escritora “tardía” porque publicó su primer libro a los 38 años, “Nosotras que nos queremos tanto”, en 1991. Ella quería fotocopiar esos textos y enviárselos a sus amigos y amigas; fue su marido quien la empujó a editarla.

Acepta conversar con E&N. Vive en Parque Forestal y se dice enamorada de sus días tranquilos, alejados del trajín social. Disfruta de cocinar, de comer, de la música. Es una gran lectora; ha dicho que no puede imaginarse una vida sin la lectura: “La lectura es como mi mejor amiga, una compañera imbatible”.

En sus libros le da la palabra a las mujeres, ¿qué fue cambiando para las mujeres desde aquella primera obra hasta ahora y para qué?

Cambió el mundo. El lugar que ocupan hoy las mujeres se acerca cada día más a la igualdad por la que hemos luchado aunque aún nos falte mucho. ¡Pero, por Dios, cómo hemos avanzado! La vida de mis hijas es mucho mejor en ese sentido que la mía, y la mía que la de mi madre y la de ella con la suya. Somos la verdadera revolución del siglo 21 y ésta es irreversible, no hay vuelta atrás. Una vez que la mujer sale a trabajar o elige su embarazo, no hay ley alguna que la haga retroceder.

La sororidad está en su obra desde muchos años antes que en el lenguaje coloquial, ¿por qué cree que fue así?

Supongo que se me dio por haber vivido siempre entre mujeres. Éramos cinco hermanas –ningún varón- tenía muchas tías, solo una abuela (no me imagino cómo habrá sido tener un abuelo) y parí a dos mujeres. Era el lenguaje que yo más conocía, el que me salía de los poros, sin ni siquiera calcularlo. Por haber gozado de privilegios, la discriminación no me fue evidente hasta mucho más tarde. Y cuando empecé a participar en grupos más políticos, nació en mí el feminismo.

Ha viajado mucho y vivido, incluso, fuera de su país. ¿Qué le dieron esas experiencias, qué mujeres conoció que la impactaron, qué vivencias le quedaron?

Lo importante de vivir y conocer otras realidades es entender que el mundo es ancho y ajeno, sin centrarse solo en tu propia tierra, pero consciente de que es allí donde quieres volver. Conocí mujeres maravillosas, especialmente en México, de las cuales he aprendido mucho y pienso que, a pesar de las diferencias culturales y geográficas, estamos ineludiblemente hermanadas. La vivencia más clara y que he repetido constantemente en mis novelas es que -al final- todas tenemos la misma historia que contar.

¿Cree que hay una identificación transversal entre las mujeres, que atraviesa culturas, países? ¿Cómo crea lazos ahora con las más jóvenes?

Absolutamente. No tengo duda alguna. Basta leer la literatura de otros continentes. Siempre me han impresionado las conversaciones que he tenido en las giras literarias con otras mujeres que en lo aparente eran tan distintas y, sin embargo, adentrándonos una en la otra, descubres que era tu hermana. Las jóvenes están llenas de vigor, son valientes y creativas. A mí me gustan mucho. Reconocen, además, la tarea que nosotras hicimos, que hay mucho recorrido y que este es un proceso. Algunas son un poco estridentes, pero se les pasará. Creo que no hay edad para las relaciones, aunque los códigos a veces difieran.

Suele mencionar que en el mundo de la literatura, cuando comenzó, sufrió la misoginia, ¿Cuánto cambió eso, qué contribuyó para que pasara?

Sí, algo ha cambiado. Y apelo allí a la fuerza y compromiso de las lectoras. Quiero decir que no hemos avanzado solas las escritoras sino con ellas de la mano. Cada día hay más mujeres en los cargos claves de las editoriales y eso es muy importante. Pero creo que el canon aún es masculino, la historia de la literatura lo es, entonces hay una línea trazada de muy largo aliento. Los hombres de letras aún nos miran en menos. Y nos leen poco.

Empezaba su vida “ciudadana” cuando Chile vivió el golpe de Pinochet, ¿cómo la marcó? ¿piensa alguna vez cómo hubiera sido su vida sin esa dictadura?

A veces fantaseo con esa idea y comprendo lo estéril que resulta. No tengo la menor idea por dónde me habría llevado la vida. Sí estoy segura de que mi compromiso político no se habría visto alterado. Quizás me habría atrevido a escribir más joven. En todo caso, no le regalo a nadie lo que mi generación ha atravesado. Tendremos esa marca, esa cicatriz, hasta que demos el último suspiro.

Siempre fue muy activa hasta que decidió cambiar el ritmo. Está más tranquila cuando las mujeres están más revoltosas, ¿cómo mira ese movimiento y cómo participa desde su lugar en el mundo?

Fue el cuerpo el que me lo pidió. Me dijo –con todas sus letras- que me detuviera y le hice caso. La verdad es que no me gusta la parte pública de este oficio. La labor de una escritora es escribir, no es andar por el mundo explicando qué escribió. Tampoco soy una activista, mi participación se relaciona con lo que escribo. Me encanta observar a las revoltosas y las acompaño de corazón.

Si tuviera que elegir tres momentos que marcaron su vida, ¿cuáles serían?

El golpe de Estado fue la primera marca. La segunda, la maternidad. La tercera, cuando me atreví a publicar por primera vez. Estos tres hitos han definido –a sangre y fuego- mi vida. Ahora estoy inmersa en un proyecto más a largo plazo que una novela. Es un desafío, ya que no tengo idea en qué va a terminar ni me importa, lo que me interesa de veras es que escribo todos los días, sagradamente.

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Sobre sus obras literarias

En 1991 publicó su primera novela, “Nosotras que nos queremos tanto”. En 1993 fue el turno de “Para que no me olvides”. Le siguieron “Antigua vida mía” (1995), “El albergue de las mujeres tristes” (1997) y “Nuestra Señora de la Soledad” (1999). A continuación fueron: “Lo que está en mi corazón” (2001) -finalista del Premio Planeta España-, “Hasta siempre, mujercitas” (2004), “La Llorona” (2008), “Diez mujeres” (2012) y” La Novena” (2016). También es autora del libro de cuentos “Dulce enemiga mía” (2013).

12 ejemplares al año por $75

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