Empresas & Management

El tiempo y el pensamiento microondas

LTras el descubrimiento de las mircroondas la ley de Moore comenzó a aplicarse a prácticamente todo e inclusive a alimentar a nuestro cerebro y sobre todo nuestro nivel de expectativa de algo: nuestra proverbial impaciencia y necesidad de tenerlo todo ya, y con ello el modelado de una conducta que persiste hasta el día de hoy.

2019-04-01

Por Oscar David Rojas Morillo*

Nos piden ser y pensar en función del tiempo. De hecho, somos en parte lo que somos porque sabemos decodificar -o no- el misterio de esa dimensión. Incluso hay quienes dicen dominarlo o enseñan a gestionarlo.

Nos han pedido desde hace tanto tiempo que todo se debe hacer rápido (quizá rápido sea la derivada y adjetivo temporal más demandado en la actualidad) que no reparamos que muchas veces no pensamos en qué realmente estamos pensando cuando hacemos algo.

El tiempo en muchas facetas de nuestra vida ha pasado a ser más importante que nuestros propios conocimientos y actitudes, puesto que según la ecuación temporánea que tenemos mentalmente, a medida que pasa más tiempo para demostrar o responder algo que sabemos o nos demandan, más pequeña o irrelevante se hará la respuesta o el impacto, debido a esa condena y función inversamente proporcional donde a mayor tiempo consumido menor cualquier-cosa entregada. Estamos en la era de la urgencia que llama Jeff Bezos.

Esa urgencia en que vivimos nos ha generado una especie de necesidad de control basado en el sistema de contar segundos y minutos y con ello transformar nuestros hábitos más íntimos que se han visto tremendamente impactados y modificados. Un ejemplo de ello es que ahora nos hemos convertido por efectos de ese influjo en personas wiki, porque lo que importa es saber qué es lo que se está hablando y pasando y no de la razón ni el fondo del por qué lo estamos hablando -estar enterados mas no informados-, teniendo una opinión muchas veces vaga o difusa que la contrarrestamos con el apoyo igual de vago o difuso de un tweet de alguien que no conocemos pero que compartimos en las redes a toda velocidad para llegar primero y parecer inteligentes, muy informados y actuales ante nuestra comunidad, cuando en realidad quizá lo que estamos propagando es una fake news que tanto daño hacen en su prisa de hacer viral cualquier situación a cualquier costo. Ya puestos en ese punto, la urgencia de estar más que ser nos deja como un locutores de noticiero histéricos y no como unas personas sensatas que seguramente somos.

Congelar el tiempo

De mi época de estudiante de ingeniería jamás olvidaré que me rechazaron dos veces la postulación de tesis para graduarme - ¿quién podría olvidar algo así? -, a mí me habían dicho que tenía que ser única, innovadora e inédita y por una vez en la vida hice caso y propuse hacer un microondas inverso: que en vez de calentar las partículas de agua presente en las comidas las enfriara. No me parecía muy divertido hacer o mejorar algo tan solo un poco y cumplir viendo la tesis como un mero trámite maquinal y escollo burocrático que nos separaba entre ser bachiller y ser ingeniero. Pero mis profesores de termodinámica salieron espantados y me preguntaron si estaba loco. Al final me gradué sin diseñar siquiera mi modelo teórico de enfriamiento de partículas de agua porque resultaba claramente más sencillo y seguro el diseño de algo factible y sin duda más rápido. Sobre todo eso: más rápido. Si, otra vez el adjetivo.

Pero en términos casi absolutos vivimos en la fábula que mientras más veloz, más compacto o más directo, es mucho, muchísimo mejor todo y que sus antónimos resultan anticuados. Pareciera que deberíamos congelar el tiempo no para hacer menos y aprender de él sino para hacer y conseguir muchísimo más en menos espacio.

El reflejo condicionado de Netflix

Fue Ivan Pavlov quien mediante sus experimentos con perros descubrió que nuestros patrones conductuales podían ser modificados a partir de estímulos no conectados ni relacionados. ¿Cómo lo logró? Sencillo: generó un esquema en estos animales a la hora de comer. Cuando se acercaba el momento de alimentarlos hacía sonar una campana para anunciar que ya la comida estaba lista. Con el tiempo notó que cada vez que sonaba la campana instintivamente los perros comenzaban a salivar y allí dio con la tecla porque entendió que el mecanismo estimulo-respuesta podía modificar nuestra conducta a partir de algo exógeno a nosotros. Este descubrimiento le valió inclusive un Nobel en 1904 en medicina y es la base de nuestros patrones modernos de conducta.

La estrategia de Resource Base View (RBV) plantea que para conseguir una ventaja competitiva una empresa debe focalizarse en identificar, crear o adquirir recursos valiosos que deben ser o escasos, o difíciles de copiar, o deben depreciarse lentamente o ser insustituibles e inamovibles en comparación con la competencia.

Bajo este supuesto, Netflix no solo cuenta con estos atributos que pueden darle un respiro y fortalecer su ventaja competitiva mientras la competencia viene por ella (Disney, recientemente Apple, Hulu, Amazon prime video, etc), sino que además logró conseguir algo digno de Pavlov.

Nosotros no lo sabíamos pero ya cada vez somos menos tolerantes a ver una serie por partes. Queremos todo para ahora mismo o preferimos no ver nada, so pena que nos cuenten spoilers, hasta que termine y esté lista para atragantárnosla de un par de bocados.

El gran éxito de Netflix es que cada vez que aparece la gran N roja y su sonido de notas bajas nuestras pupilas se dilatan un poco, casi salivamos y sabemos que podemos ver, en caso de una serie, toda de un tirón, cosa que al parecer nos hace muy felices. Ir a toda pastilla y devorar series da la impresión que resulta adictivo y presumo que esa sensación es trasmitida por el nervio vestibular al cerebro, el mismo del vértigo.

Pero no todo se traduce en las ganas de ver una serie completa y con ello perder un poco el efecto de poder imaginar durante lo largo de una semana un nuevo capítulo (algo que nos pasa a los fanáticos de Games of Thrones que llevamos casi una década esperando año a año y semana tras semana los capítulos y teniendo una semana de tertulias y elucubraciones de todo tipo), sucede con todo tipo de situaciones, desde programas en línea que nos hacen hipotéticos expertos en días en el tema que queramos y se replica mas allá en las redes sociales con la angustia de no ser correspondido en un post o la poca interacción de pulgares hacia arriba o de un río de comentarios de nuestra comunidad de amigos ante una foto que subimos de nuestras ultimas vacaciones o de la comida que comemos.

Foto: Estrategia y Negocios

El efecto Microondas

Percy Spencer estaba en su laboratorio haciendo una investigación para la mejora de los radares militares post segunda guerra mundial a través de un tubo al vacío llamado magnetrón, destinado a convertir energía eléctrica en energía electromagnética, cuando notó que algo en su camisa cambiaba de forma y temperatura. La barrita de chocolate que imagino su esposa amorosamente le dejaba para la merienda se acaba de fundir en el bolsillo sin él notar el calor.

Eso le llamó poderosamente la atención e intuyó que el calor era transmitido por lo que todos conoceríamos más tarde como microondas. Tanto fue su asombro que pensó en ver si realmente sucedía con todo lo que podía aproximar al magnetrón. En una oportunidad acercó semillas de maíz para hacer palomitas y no me puedo imaginar su impresión cuando vio como la semilla se inflaba de manera casi instantánea. Probó con un huevo y allí la sorpresa fue mayor al verlo explotar por todos lados por la presión que ejercía sobre las paredes internas de este.

Un par de años después patentaron la idea de un horno con esta tecnología, pero no sería hasta bien entrados los años 70 del siglo pasado cuando comenzó realmente ha ser vendido en Estados Unidos de manera comercial (con su consiguiente éxito). El doctor Spencer no lograría ver su auge, pero nos dejó su legado que es la posibilidad de calentar (hay quienes inclusive cocinan) absolutamente todo dentro de ese cajón metálico que tenía y sigue teniendo un magnetrón. A partir de eso, coincidente o no, comenzó en nuestra vida el slalon que parece no tiene fin. La ley de Moore comenzó a aplicarse a prácticamente todo e inclusive a alimentar a nuestro cerebro y sobre todo nuestro nivel de expectativa de algo: nuestra proverbial impaciencia y necesidad de tenerlo todo ya, y con ello el modelado de una conducta que persiste hasta el día de hoy. A eso es lo que me refiero cuando digo pensamiento de microondas.

Este pensamiento sugiere que no hay tiempo que perder, cuando en realidad hay más tiempo que vida.

Desde luego que el mundo actual no se concibe sin este pensamiento pero no es menos cierto que desde que ese mecanismo está instaurado en nosotros nos hemos ensimismado y cerrado las esclusas mentales de conocer más por el mero gusto de saber.

Se ha matado la curiosidad aleatoria que antes encontrábamos en los libros de una biblioteca y en los tropiezos de los índices. Una muestra: es una pena que por este pensamiento muchos conozcan el capitulo 7 de Rayuela (que es quizá la mejor descripción de un beso jamás escrita, y ¡gracias idioma!, está en castellano) de Cortázar y no sepan ni de cerca algo del libro y ya ni digo del autor; es una lástima que por azares de la investigación rápida y concentrada no nos tropecemos con Ada Lovelace al investigar programación de máquinas y conocer su vida y a su famosísimo padre; resulta increíble aprender a tocar Stairway to Heaven para una fogata veraniega desde youtube y no distinguir un Sol de un La o no saber que los autores son la misma banda de Inmigrant song; es algo malo que sepamos o busquemos donde queda Eritrea y no sepamos nada de su historia reciente. Y es definitivamente un retroceso saber solo de Leonardo por la Mona Lisa y no por sus aportes en la medicina.

El pensamiento de microondas nos hace más rápidos (lo cual es muy bueno) pero no más asociativos en nuestra manera de pensar (lo cual es malo) porque rompe el circuito de búsqueda dopamínica y aleatoria que todo proceso cognitivo debería llevar implícito. Solo metemos al micro la parte de la lasagna que queremos calentar y consumir y nos desentendemos de lo demás.

30 minutos o menos

Tener una pizza en casa en menos de media hora es una maravilla de la logística moderna o la proeza de un motorizado neurótico. Esperar que sea la mejor que nos podamos comer en nuestra vida es de una ingenuidad total. Tener la información que busquemos en segundos es increíble, pero nos resta conocimiento amplio de todo lo que circunvala a la información que buscamos. Depende como se vea, el efecto microondas, nos ayuda muchísimo a ser más eficientes y generar mayor información -que no es necesariamente mejor- para tomar decisiones y estar conectados con lo que sucede en cualquier punto del planeta prácticamente como si estuviéramos allí físicamente. Pero no podemos cocinar nada en 10 minutos que valga realmente la pena. No hay sopa de sobre que sustituya a una hecha con el hervor de unos vegetales reales y por muy bueno que sea el café liofilizado jamás nos dará el gusto de colarlo y con el olor llamar a tantos reflejos condicionados como con uno en granos. Sino: ¿quién se imagina cómo hubiesen quedado los frescos de la capilla Sixtina si la hubiera pintado Miguel ángel en 6 meses?

La caja negra que lo puede (casi) todo

· Algo entra (input).

· Algo sucede allí adentro (proceso).

· Algo nos da lo que queremos/esperamos (output).

Y nos vamos tan contentos. Incluso somos capaces de esperar que una pizza salga crujiente en un minuto de microonda y una app que no se tarde más de treinta y cinco segundos en descargarse. Si sale bien esta todo OK, si no, pedimos a domicilio algo más o buscamos otra aplicación y listo. Pero no sabemos por qué sucede lo uno o lo otro, bien sea porque simplemente no nos interesa o estamos pendiente de otra cosa quizá mas banal aún.

Lo que funciona muy bien en el diseño de procesos tipo BPM le hace un flaco favor en la mente de todos los que tenemos el pensamiento microondas interiorizado. El aprendizaje y la creatividad es emoción pura, es desestructurada, humana y poco procedimental; descubrir qué hay detrás y dentro de esas cajas negras, ir más allá y no aceptar el hecho de quedarnos tan tranquilos esperando que todo salga rápido y sin casi sentido o al menos sin interés de saber por qué suceden las cosas es la respuesta que tanto nos hace falta para dejar de pensar, aunque sea un rato, como un cerebro de calentado ultrarrápido, efectivo pero poco analítico.

La caja negra es perfectamente el microondas y su pensamiento junto a su efecto y su extensión, pero también es todo aquello que de manera irracionalmente desesperada mata la curiosidad y la capacidad de esfuerzo, de ver la necesidad y luchar contra la adversidad y por ello la tolerancia al fracaso -un bien escaso en estos días- porque todo lo tendemos a esperar masticado y deglutido o en una bolsa -que sea biodegradable por favor- y listo para llevar sin preguntarnos un simple y revelador ¿cómo suceden las cosas?.

Curiosidadesfuerzoadversidadtolerancia al fracaso… ¿acaso esos no son los ingredientes de la innovación y el avance en el mundo? Es un milagro después de todo que haya tantísimos emprendedores y valientes que se (auto)motivan y que no permiten que la ansiedad, la voracidad del tiempo o del ecosistema y la muchas veces pertinente necesidad de vértigo les toque el lado más sabio que atesora la humanidad y que es la base de todo: la paciencia. Paciencia para cocinar a fuego lento cuando toque hacerlo y vencer la tentación mundana, tecnológica y digital de meterlo todo a calentar en un microondas 45 segundos y no comprender como se consiguen las cosas.

* El autor es consultor y conferencista internacional. Director de RedDart boutique consulting. Especialista en generar valor en las empresas a través de la gestión de innovación, planteamiento estratégico, diseño de modelos de negocios y cambio evolutivo. Ingeniero mecánico con maestrías de administración de negocios (MBA) y gestión de proyectos (MPM); y con Robótica y Automática Industrial a nivel de doctorado.

Está casado con una chapina y tiene un hijo chileno.

Pueden comunicarse con Oscar para comentar esta o cualquiera de sus columnas a su correo electrónico oscarrojasmorillo@gmail.com

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