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Opinión: ¿Por qué es tan elusivo el aprendizaje?

El enfoque tradicional de la enseñanza suele estar desligado de cómo aprenden los estudiantes y provoca que muchos fracasen y/o trabajen demasiado para salir adelante o que directamente abandonen sus estudios.

2023-05-29

Por Javier Arguello Lacayo*

Asume que has tomado la decisión de dedicar los próximos cinco años de tu vida a ponerte en forma y que tu futuro depende de ello. Te matriculas en el mejor gimnasio y te comprometes con ese objetivo de bienestar físico. Cuando llegas al gimnasio te indican que las máquinas son para la instructora y que tu rol es ver a la experta usarlas para así lograr tu meta. Puedes practicar en casa y al final de cada semestre la instructora evaluará si estás en forma o no, poniéndote a usar sus máquinas. ¿Seguirías contento, emocionado y motivado de haberte anotado en ese gimnasio?

Así se siente estudiar en la mayoría de las universidades del mundo. Los profesores suelen ser contratados porque son expertos en su área, sin contar con formación que los haga igual de expertos en el aprendizaje humano. Así, es difícil que transfieran su conocimiento a los estudiantes: sobrevive el que puede en un ambiente darwiniano que, muchas veces, desmotiva.

Las universidades heredan este problema omnipresente en el sistema educacional. Las escuelas primarias y secundarias tampoco enseñan a sus estudiantes a aprender de forma eficiente ya que la formación de un docente excluye la ciencia del aprendizaje. De hecho, el 90% de los docentes cree en mitos sobre cómo se aprende y enseña en base a creencias erróneas que inhiben el aprendizaje.

El enfoque tradicional de la enseñanza suele estar desligado de cómo aprenden los estudiantes y provoca que muchos fracasen y/o trabajen demasiado para salir adelante o que directamente abandonen sus estudios. Esto, a su vez, inhibe el interés en las carreras con alta demanda global (ciencia, ingeniería y tecnología), que a menudo son percibidas como “demasiado difíciles” por los estudiantes o “para niños inteligentes” según encuestas de Gallup. Como resultado, en muchos casos el compromiso y deseo de aprender disminuye con la escolarización, lo cual genera frustración, fracaso y deserción en el sistema educacional. La falta de formación docente de calidad sobre la ciencia del aprendizaje es sólo es una cara de la moneda.

Lamentablemente existe una simbiosis contraproducente entre docentes y estudiantes. Para una experta, dar una cátedra es mucho más fácil que promover el aprendizaje de sus alumnos. Para un estudiante, escuchar una cátedra también es más fácil. Ambos se complacen diluyendo el propósito que los unió: provocar el aprendizaje. El sistema que une a docentes con estudiantes es ineficaz en la mayor parte de las aulas del mundo.

Según el Profesor Robert Bjork, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), el aprendizaje es un proceso científico y para que los estudiantes aprendan de forma óptima hay que enseñarles cómo hacerlo. Esto es así independientemente de las capacidades cognitivas y la disposición hacia el aprendizaje. Los estudiantes suelen utilizar técnicas ineficaces, como subrayar y releer, lo cual limita su éxito. Dichas estrategias tienen su origen en una concepción errónea sobre el aprendizaje.

¿Cómo llegamos a esta situación?

El modelo de cátedra ha regido la enseñanza superior desde los tiempos de los escolares medievales, hace más de 600 años. En la modalidad de lectio, el experto permanecía ante una sala leyendo un libro en voz alta a la asamblea, sin permitir preguntas. Aunque nuestro conocimiento científico sobre cómo aprenden los humanos ha florecido en las últimas décadas, la enseñanza continúa anclada en tiempos medievales. Los sistemas escolares tienden a enfocarse en el rendimiento académico. Esto no es evidencia del aprendizaje.

Robert Bjork clasifica este reto como el enigma del sistema educacional, Esto ocurre cuando las condiciones de instrucción que hacen que el rendimiento mejore rápidamente no apoyan el aprendizaje profundo o la transferencia. La transferencia se refiere a la capacidad de un alumno/a de aplicar los conocimientos o destrezas adquiridas en un contexto a uno diferente. Las condiciones de instrucción que parecen crear dificultades para dicho alumno, ralentizando el ritmo de aprendizaje aparente, a menudo optimizan el aprendizaje profundo y la transferencia.

Como resultado, la formación secundaria tradicional basada en el rendimiento académico no prepara estudiantes para el éxito universitario y si las universidades no enseñan de forma eficaz, no desarrollan la profundidad de conocimiento o habilidades que sus graduados necesitan para triunfar.

El aprendizaje debe tener un propósito, para que perdure y sea flexible en su aplicación (transferencia). Debe aportar un valor que vaya más allá de una puntuación en un examen estandarizado. También debe proporcionar un cierto nivel de fiabilidad a lo largo del tiempo y, quizá lo más importante, debemos ser capaces de aplicar lo que aprendemos a otros contextos para que tenga verdaderamente una utilidad. La catedra, o el aprendizaje pasivo, viola principios básicos de cómo aprende un ser humano. Se asemeja más a un sistema de transferencia de conocimiento del cerebro del profesor a los apuntes del estudiante, sin pasar por el cerebro del aprendiz.

El aprendizaje es complejo y difícil de medir, en contraposición al rendimiento académico se mide fácilmente. El aprendizaje se refiere a cambios relativamente permanentes en el conocimiento o el comportamiento mientras que el rendimiento académico se refiere a fluctuaciones temporales que pueden medirse u observarse durante (o poco después de) la enseñanza.

Por lo tanto, el rendimiento es a corto plazo, mientras que el aprendizaje es a largo plazo. La economía del conocimiento requiere el aprendizaje continuo pero los sistemas educacionales siguen atrapados en el pasado, dejando a nuestro más valioso recurso (jóvenes educados) mal preparados para su éxito profesional.

¿Cómo podemos enseñar para fomentar el aprendizaje?

Comencemos por retar nuestros instintos. Salgamos de la comodidad que nos da escucharnos explicar lo bien que dominamos el material. Asumamos que hablar es un pasivo; como si hubiera una relación inversa entre cuánto habla un profesor y cuánto aprenden sus alumnos.

El aprendizaje no es un deporte pasivo; es activo. Requiere provocar esfuerzo mental de sus participantes. Nuestra mente busca la distracción, pero el aprendizaje necesita lo opuesto: la atención sostenida. Sin esta, perjudicamos nuestra capacidad de codificar y recuperar lo que aprendemos, lo cual es fundamental para adquirir conocimiento y tener capacidad de pensamiento crítico o creativo.

Nuestro cerebro aprende formando asociaciones entre lo que sabemos y lo que deseamos aprender. Por eso aprendemos más si partimos desde el punto de entrada del aprendiz (y no necesariamente del punto de salida de información del docente experto). Esto explica por qué los que más saben, más fácil/rápido aprenden y por qué el conocimiento previo predice nuestra capacidad de adquirir conocimiento nuevo. También explica por qué los docentes son rehenes del éxito que han tenido sus predecesores en enseñar a los alumnos que heredan.

Cuando damos una cátedra inhabilitamos los procesos de aprendizaje activo y bloqueamos la posibilidad de que los estudiantes aprendan el material de forma profunda y puedan usarlo. Por lo tanto, si queremos enseñar para que aprendan los estudiantes, tenemos que enfocarnos en fomentar su aprendizaje, en vez de fortalecer el del profesor. Para crear un sistema educacional diseñado para el éxito de los estudiantes debemos enfocarnos en capacitar a los docentes, directivos y alumnos en la ciencia del aprendizaje.

*Javier Arguello es el fundador y director ejecutivo de COGx, una empresa de investigación y desarrollo en ciencia cognitiva aplicada. Javier posee maestrías de la Universidad de Yale y Harvard, y fue becario de investigación en el área de ciencias cognitivas en MIT.

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