Colapsos de vías, cierres de puertos, inundaciones y deslaves son parte las consecuencias que convierten a los fenómenos meteorológicos en eventos sumamente caros para el país, principalmente por su efecto directo sobre la infraestructura y el comercio local e internacional.
La llegada de la tormenta Otto al territorio costarricense revive amargas experiencias, como las vividas con los huracanes Juana (1988), César (1996) y Mitch (1998); así como fenómenos de menor rango pero igualmente destructivos como las tormentas Roxanne (1995), Lilly (1996), Alma (2008) y Thomas (2010).
Según un estudio del Ministerio de Planificación (Mideplan), un 58% de los daños registrados en el país por desastres naturales se deben a lluvias torrenciales y crecidas de ríos por fenómenos meteorológicos. Estos eventos naturales han incidido en la competitividad y en la imagen del país.
En términos económicos, eso le costó a Costa Rica US$2.000 millones en el periodo 1988-2010.
El evento ciclónico Thomas le costó al país US$188 millones; solo superado por la onda tropical ocurrida en octubre del 2007 que generó US$213 millones en pérdidas, según cifras del Mideplan.
Más experiencia, menos costos
Los avances en la tecnología de predicción y seguimiento de los fenómenos meteorológicos, así como una mejor preparación de los ciudadanos, ha contribuido a atenuar el impacto de estos eventos.
Desde 1842 ningún huracán ha golpeado directamente las costas costarricenses, pero sus efectos directos e indirectos sí han sido graves.
Los huracanes, Juana y Gilbert generaron pérdidas que representaron un 1,9% del Producto Interno Bruto de 1988.
César, por su parte, representó un 1,69% de la producción de 1996 y Mitch un 0,63% de las cifras de 1998.
Según registros de la Comisión Nacional de Emergencias las principales afectaciones son en agricultura, infraestructura y viviendas.