Claves del día

La manera correcta de reequilibrar el comercio

La mayoría de los economistas ven el comercio desde una perspectiva multilateral, centrándose en el equilibrio general de una economía con el resto del mundo. Y Estados Unidos ha tenido déficits comerciales generales desde 1976.

2019-03-02

Por Zhu MiN, ex vicedirector gerente del FMI, es presidente del Instituto Nacional de Investigación Financiera en la Universidad Tsinghua.
Y Miao Yanliang, economista jefe de la Administración Estatal de China para el Mercado de Cambio.

La disputa comercial entre Estados Unidos y China reformuló el panorama económico y financiero del mundo en 2018, y podría seguir haciéndolo durante muchos años más. No es así como se veían las cosas en mayo, cuando un acuerdo comercial bilateral estaba casi a punto de concretarse. Pero Estados Unidos dio un paso atrás en el último minuto y desde entonces han estallado las tensiones: la administración del presidente Donald Trump impuso aranceles a un amplio rango de exportaciones chinas y China respondió con la misma moneda.

Con bienes potencialmente afectados por un valor sin precedentes de US$600.000 millones, vale la pena considerar cuán útiles realmente son los aranceles para corregir los desequilibrios de cuenta corriente, que es el objetivo manifiesto de Trump. La mayoría de los economistas ven el comercio desde una perspectiva multilateral, centrándose en el equilibrio general de una economía con el resto del mundo. Y Estados Unidos ha tenido déficits comerciales generales desde 1976.

El déficit de Estados Unidos alcanzó un pico del 5,5% del PIB en 2006, pero normalmente
representa alrededor del 3% del PIB. En US$552.000 millones en 2017, es el mayor déficit del mundo en términos absolutos. Los déficits aumentan cuando un país gasta más de lo que produce, lo que significa que no están tan arraigados en el comercio como en los ahorros domésticos y el comportamiento de inversión. En Estados Unidos, la inversión representa el 21% del PIB, en sintonía con el promedio entre las economías avanzadas (22%), mientras que los ahorros representan menos del 19%, muy por debajo de los pares de EE.UU.

La tasa de ahorro de Estados Unidos refleja el comportamiento tanto del sector público como del privado. La tasa de ahorro personal era de apenas el 3% en el período previo a la crisis financiera de 2008, después de la cual subió al 7% -una tasa todavía muy por debajo de la de comienzos de los años 1990-. Por otro lado, el sector público históricamente ha ahorrado aún menos.
Estados Unidos ha tenido un superávit de presupuesto federal en sólo cinco de los últimos 50 años, y ha mantenido los déficits en un promedio de más del 4% del PIB desde 2002. En 2018, el déficit creció un 17% debido a recortes impositivos y a un mayor gasto en defensa, moderando aún más los ahorros públicos.

Detrás de la baja tasa de ahorros de Estados Unidos está la condición de dólar como la principal moneda de reserva global. El dominio del dólar le confiere a Estados Unidos lo que alguna vez Valéry Giscard D’Estaing, entonces ministro de Finanzas de Francia, calificó de "privilegio exorbitante", en la medida que le permite a Estados Unidos financiar sus déficits con poca constricción externa, pidiendo prestado cada vez más en el exterior y ahorrando menos fronteras adentro. Para fines de 2017, los extranjeros tenían la mitad de los US$12 billones de títulos del Tesoro de Estados Unidos en manos de privados que actualmente están pendientes.

Como deja en claro la perspectiva multilateral, el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos sólo se puede reducir mediante reformas estructurales para encarar el desequilibrio entre ahorros domésticos e inversión. Esas reformas se han vuelto mucho más urgentes ante el crecimiento descontrolado del gasto en programas de ayuda social, y ahora que el unilateralismo estadounidense en materia de comercio pone a prueba la confianza global en el dólar.

A pesar de estas realidades económicas, la administración Trump ha adoptado una perspectiva bilateral. Sus aranceles a las exportaciones chinas están destinados a mejorar la balanza comercial de Estados Unidos con respecto específicamente a China. Pero si Estados Unidos importa menos de China, simplemente importará más de otros países.
Su déficit comercial general probablemente siga siendo el mismo o inclusive crezca aún
más, como sugieren los datos más recientes. Peor aún, los aranceles vienen de la mano
de costos de amplio alcance. Como observó el economista estadounidense Henry George
hace 132 años, "Lo que la protección nos enseña es a hacernos a nosotros mismos en
tiempos de paz lo que los enemigos intentan hacernos en tiempos de guerra". Por cierto, la historia está llena de casos de aranceles elevados que transforman las caídas económicas en depresiones importantes. E inclusive en un momento de crecimiento, los aranceles de la administración Trump no solamente obligarán a los norteamericanos a pagar más por las importaciones; también minarán la producción de Estados Unidos, al distorsionar los incentivos comerciales y asignar mal los recursos.

Es más, los aranceles son difíciles de revertir, porque alimentan intereses especiales e invitan a la represalia. Sin embargo, a pesar de sus elevados costos de largo plazo, los aranceles son adictivos como un dispositivo político, porque les permiten a los gobiernos ofrecer endulzantes de corto plazo en lugar de reformas estructurales más difíciles. Pero aún si los políticos estuvieran dispuestos a hacer la vista gorda ante los riesgos de proteccionismo, los mercados no lo harán, como quedó evidenciado en la volatilidad de los mercados bursátiles de Estados Unidos en octubre de 2018.

En cuanto a China, su apego a la perspectiva multilateral en materia de comercio la ha llevado a reducir su desequilibrio externo mediante reformas estructurales. A diferencia
de Estados Unidos, China ha tenido demasiados ahorros y un gasto demasiado bajo. Pero en la década transcurrida desde la crisis financiera global, ha introducido políticas para achicar la brecha de ingresos entre las zonas urbanas y rurales y fortalecer la red de seguridad social, impulsando así el consumo y reduciendo el ahorro.

Esas reformas han achicado el excedente de cuenta corriente de China de casi el 10% al 1% del PIB en los últimos diez años. En los tres primeros trimestres de 2018, el gasto de consumo final representó casi el 80% del crecimiento del PIB chino, lo que refleja el hecho de que la economía está cada vez más impulsada por la demanda interna. Al reducir activamente su superávit externo, China ha demostrado que no es una potencia mercantilista, sino más bien un participante global responsable en busca de un crecimiento de largo plazo equilibrado y sostenible.

De cara al futuro, China debería seguir aplicando reformas estructurales que abran su economía, sobre todo mejorando la protección de la propiedad intelectual y creando un campo de juego nivelado para la competencia entre empresas domésticas y extranjeras. Esos objetivos están perfectamente en línea con el objetivo de un crecimiento equilibrado y sostenible.

CHINA DESEMBARCA CON TODO EN CENTROAMéRICA

China tiene ya fuerte presencia en el Istmo. EE. UU., principal socio comercial de la región, ha visto cómo nuestros países están girando sus ojos hacia Pekín, de quienes es ya el segundo o tercer socio; y Trump ha amenazado a Panamá y El Salvador por establecer relaciones con el gigante asiático. Empresas chinas realizan obras de infraestructura en Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, y tienen planes de inversión en El Salvador y Guatemala.

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