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Burocracia, grupos de interés y costumbres lastran a Italia

  • 30 abril 2014 /

Florencia, Italia

Bernardo Caprotti era un emprendedor de 45 años cuando decidió comprar un terreno para construir un supermercado. Hace poco, recibió los permisos. Solo que el tiempo no ha pasado en vano. Caprotti ya cumplió 88 años.

Su cadena minorista con sede en Milán, Esselunga SpA, lidió desde 1971 con burócratas que entorpecieron el proyecto por factores como el volumen de tráfico, su idoneidad arquitectónica y su cercanía a un monasterio medieval. “Se ha vuelto muy difícil hacer negocios en Italia”, dijo Caprotti en una entrevista. “Italia no puede seguir así. O cambiamos o nos estancamos”.

La espera de Caprotti es una pequeña muestra de un problema persistente. Al igual que a otros países europeos, aItalia le ha costado cambiar y crecer lo suficientemente rápido como para dejar atrás la prolongada crisis de deuda.

Intereses y costumbres que se han arraigado en Europa a lo largo de los años han desacelerado economías otrora dinámicas casi hasta el estancamiento. Desde burócratas y empresas hasta sindicatos y jubilados, los grupos de interés defienden enérgicamente el statu quo, incluso cuando no deja a nadie satisfecho.

Italia, al igual que la zona euro de 18 países, se está recuperando lentamente de un bajón económico de seis años, lo que lleva a algunos a creer que la crisis se está quedando atrás. Aun así, la dificultad de una reactivación económica, afirman economistas y líderes empresariales, significa que la crisis no ha sido resuelta, sino que simplemente se ha transformado de un problema agudo a una condición crónica.

Italia se ha convertido en una foto de los problemas de Europa. El país viene perdiendo fuerza desde hace 20 años.

Desde 2008, su economía se ha contraído 9% y sufre para crecer tan solo 1% este año. Sin un crecimiento más rápido, al país le costará controlar su deuda pública de más de 2 billones de euros (US$2,77 billones), o 133% de su Producto Interno Bruto. Si la deuda sigue en aumento, podrían resurgir los temores de insolvencia de Italia, lo que desataría una fuga de capitales como la que casi destruyó el euro entre 2011 y 2012.

El primer ministro de Italia, Matteo Renzi, de 39 años, llegó al poder con grandes planes de recortar impuestos y limitar las regulaciones tras recibir un amplio respaldo de una población esperanzada en que alguien pusiera fin al estancamiento. Pero incluso muchos de sus simpatizantes dudan de que lo consiga.

Las raíces del problema, afirman muchos italianos, están en cómo los intereses de los sectores privado y público atascan la economía, lo que dificulta el reemplazo de prácticas antiguas por otras más eficientes y reiteradamente frustra los intentos políticos de reformar el país. Eso resulta en “obstáculos culturales profundamente arraigados para el crecimiento”, señala Tito Boeri, profesor de la Universidad de Bocconi, en Milán, y uno de los economistas más renombrados del país. “En Italia, uno define su identidad en términos de membresía de algún grupo de interés específico”, explica, lo que hace difícil conseguir apoyo para cualquier noción de un bien común.

En Italia hay una obstinada resistencia al cambio. Pequeñas empresas familiares encabezadas por dueños viejos rechazan a inversionistas externos incluso cuando no tienen el dinero o la visión para competir, poderosos burócratas frenan por años la implementación de nuevas leyes y la clase política en Roma es tan pendenciera que los gobiernos duran, en promedio, poco más de un año.

Esto solía importar menos. Italia se expandió rápidamente en la posguerra pese a una pesada burocracia, legiones de compañías diminutas y un sistema político fragmentado y a menudo corrupto. En esa época, era más fácil crecer: los países relativamente pobres del sur de Europa solo tenían que copiar tecnologías de economías más avanzadas y usarlas para producir bienes de forma más barata.

Hacer andar el motor de una economía desarrollada requiere del eficiente estado de derecho, una administración pública confiable y más capital y conocimiento de lo que pueden proveer las pequeñas empresas familiares, dice Fabiano Schivardi, economista de la Universidad de Luiss, en Roma.

Algunas de las empresas más conocidas de Italia, como Prada SpA, Ferrero SpA y Luxottica Group SpA, han prosperado a nivel mundial, un reflejo del poderío del país en la moda y los alimentos. Sin embargo, 98% de las compañías italianas emplean menos de 15 personas, según el Banco de Italia. Muchas empresas familiares prefieren permanecer pequeñas, conformándose con el personal y los clientes de confianza que tienen, apunta Matteo Bugamelli, analista del Banco de Italia. “Con frecuencia, todo el patrimonio familiar está en la firma y no existe el apetito de riesgo que se necesita para invertir y crecer”, dice.

Roberto Zuccato, un emprendedor de Vicenza, en el rico noroeste del país, quería salir de su nicho y construir un negocio más internacional. Su compañía, Ares Line, fabrica muebles para oficinas y espacios públicos como teatros, emplea unas 90 personas y tiene ventas anuales por unos US$27 millones.

En 2005, Zuccato se unió a una firma de inversión de capital de Milán para buscar una fusión con competidores bajo unholding con ventas que sumarían US$100 millones. Pero sólo consiguió atraer a firmas en problemas, mientras otras prefirieron permanecer solas, aunque no crecían. “La cultura aquí es ser el padrone de su propia casa”, dice, usando italiano para jefe. Muchos emprendedores familiares “no confían en los foráneos y prefieren poner a sus hijos, incluso si estos no están calificados”.