Centroamérica & Mundo

Fracasar con estilo

Fracasar es una palabra complicada, y desde la perspectiva empresarial es el lugar donde duermen el 95% de las empresas o ‘start up’ a los cinco años de haber comenzado con ilusión, ganas, energía y dinero. Solo el 5% permanece.

2015-11-04

Por: Oscar D. Rojas Morillo*

Anatomía del fracaso. Antes que nada, hablar de Fracaso no es sencillo. Suelo ser mucho más alegre para escribir, pero la intención de este texto no va hacia el optimismo desmesurado que suele generar precisamente errores que se suelen pagar caro. De hecho, y como bien lo suele mostrar en sus escritos y clases Fernando Trías de Bes, que por no decir las cosas como son y pensar que el mundo es una canción de Pharrell Williams es que solemos creer que todo florecerá y lo cierto es que no es así.

Fracasar es una palabra complicada, y hasta sonoramente átona y sin ritmo, y desde la perspectiva empresarial es el lugar donde duermen el 95% de las empresas o start up (ponga el sector y le diré lo mismo) a los cinco años de haber comenzado con ilusión, ganas, energía y dinero. Solo el 5% permanece después de la aplicación de la Ley 1825 (o los 1852 días de vuelo en solitario), así que la verdad, aunque suene fea y no nos guste, está presente en más lugares de lo que queremos ver. Pues entonces conviene estudiarla como lo que es y tomar al toro por las astas para conocer el fenómeno más repetido y menos hablado del mundo de los negocios.

Un fracaso suele ser traducido o etiquetado con muchas cosas: con un doble check en los bancos (cuando no una cruz) donde los que fracasan en su aventura son seres extraterrestres que contagian alguna enfermedad incurable; tanto es así que creo que ni le ofrecen café en la sala de espera; si el aventurero es un persona joven no conseguirá pareja muy fácilmente (qué padre quiere para su prole a un emprendedor/a sin emprendimiento? Es decir, un supuesto fracaso) y si es una persona mayor, el retiro dorado solo lo vera en la tele o en su mente.

Hay quien dice, y es cierto, que el que fracasa o yerra, está más cerca del tan ansiado y esquivo éxito (estadísticamente sí, el que mucho lanza a la canasta debería embocar mas también), pero eso no quiere decir que por mucho fracasar nos hacemos mejores, o más sabios. Se requiere mucho más que la experiencia (y sí una serie de atributos primeramente analíticos, de absorción y de disciplina para no recaer en vicios también heredados de la experiencia de fracasos continuados). La prueba rápida de lo que digo es que hay candidatos a presidentes en nuestros países que son unos campeones repitiendo candidaturas y no llegando al gobierno. No se aprende de mucho fracasar, se aprende al entender el fracaso y analizar a profundidad sus múltiples y extrañas aristas. Igual sucede con la otra cara de la moneda, el, llamémoslo: rutilante éxito. No por ser más exitosos nos hacemos mejores. El problema del éxito es la auto-indulgencia, el soplar el globo de helio y levitar sin comenzar a ver el próximo paso. Los realmente exitosos no descansan nunca y padecen de lo que yo llamo la paranoia emprendedora, piensan que los están persiguiendo por todos lados (la competencia o sus sueños que tocan a su puerta a la mitad de la media noche para hacerse realidad) y necesitan desmarcarse cuanto antes de esas sensación, y lo que hacen es generar o impulsar más ideas, reunirse más con librepensantes, desarrollar más acción (productos) para sus clientes y satisfacerlos; o lograr dormir mejor ellos mismos.

En ambos casos (tanto para fracasar como para triunfar) se requiere mucha inteligencia emocional y grupal propia de las organizaciones para aprender de estos procesos, para, en el caso de fracasar no culpar a nadie ni socializarse (fue por culpa de fulano o el típico "perdimos todos muchachos") ni asumir las consecuencias, sino de comprender las razones del fracaso y evitarlas más adelante. Igual debe ser con el éxito, no individualizarse ni vanagloriarse (Sic transit gloria mundi) en lo que se logra y ser lo suficientemente listo para ver el próximo paso a dar. Recuerden Nokia y RIM.

Ponerle cerebro al corazón. Las ideas que uno genera son muy nuestras, muy personales; presentarlas requieren de una buena dosis de valor pues hay una cierta sensación de estar desnudo cuando se presenta una idea. Uno se enamora de lo que crea y es lógico, y eso, en términos de emprendimiento y empresas quizá sea el primer gran paso al abismo (personificado una vez más en fracaso), porque al igual que el amor de piel, hay veces que perdemos un poco la razón y eso no está bien cuando se involucra dinero, ideas, personas e intenciones en un emprendimiento.

Si el punto es tratar de ganarle de alguna manera a la temida área debajo de la curva de la incertidumbre y achatarla lo más posible para lograr el éxito, ergo ganarle al fracaso, entonces lo que hay que entender y aprender es a generar un ecosistema que apoye a las personas antes que fracasen, o si lo hacen, que este mismo ecosistema sea el espacio de reflexión, experiencias a no volver a repetir y sobre todo un lugar de educación para todos los aventureros con sus alas rotas pero no sin fuerzas, a fracasar con estilo, a tener la posibilidad de decir: "okey, lo intenté, quizá la idea no era la mejor para este momento" pero no pasar más allá de la idea, limitar el daño y no embarcarse en travesías peregrinas porque el modelo de la idea funcionó en Mombasa Road de Nairobi o es la última moda de los jóvenes en Seúl, y claro, ¿cómo no va a funcionar acá? Eso es no ponerle neuronas al asunto, y el ecosistema y red de apoyo lo que busca es exactamente lo contrario.

Antes del prototipo. El fracaso cuanto antes mejor. Van a pensar que no estoy bien de la cabeza. Me largo a escribir sobre cómo evitar el fracaso o los mecanismos de como aprender de él o de cómo generar un ecosistema que los evite en la medida de los posibles y ahora les cuento que mientras más pronto lleguemos a él (el fracaso) mejor. Y no, no estoy mal de mis procesos mentales, lo que quiero decir con esto es que podemos probar nuestras ideas antes inclusive de hacer el prototipo de las mismas y medir el nivel de aceptación, funcionalidad y posible sensibilidad al éxito de ideas que hayan salido de nuestro córtex prefrontal.

El mantra que debería ser propio de cualquier emprendedor susceptible al siempre inminente fracaso podría ser este: haz lo correcto antes de hacerlo correctamente. El concepto no es mío, es de Alberto Savoia, un agitador tecnológico de última generación, que promulga cómo, mediante técnicas rápidas y sobre todo económicas en términos financieros y de esfuerzos eliminemos las opciones para no enamorarse demasiado de las ideas, ponerlas a prueba y desecharla en caso que no sea la correcta. Sin anestesia. Sin apego. Lo que no funciona, al menos que se mejore profundamente y tenga la bendición de un buen momento o época para desarrollarse (que es en si el mommentum), muy posiblemente no funcionará. En una futura columna me referiré a ello, a la relación del momento cuántico y la idea (un marco personal de idea v/s tiempo), pero por lo pronto conviene, como corolario, que el fracaso de algo no tiene por qué significar algo muy malo, quizá doloroso pero no malo, si somos lo suficientemente inteligentes y permeables a las señales que muestra, las absorberemos y entenderemos lo suficiente, quizá fracasaremos por otras cosas pero no por las mismas. Igual sucede con los emprendimientos y con su germen: las ideas. Tendremos más o menos emprendimientos, fracasarán en menor o mayor medida, caminaremos por la curva siempre serpenteante de la incertidumbre y cada paso que se dé puede que sea el último antes de precipitarnos por el despeñadero; tendremos ideas del millón de dólares y las de millones de nadas, hacerlas realidad y probarlas es una necesidad en las mentes de los emprendedores. No hay recetas ni pócimas mágicas, y el que lo diga miente abiertamente o quiere vender más libros, pero sí que hay métodos o formas de llevarlas a cabo y al menos suprimir miedos y anular algunas variables negativas o riesgosas que atenten contra nuestra idea. Lo peor que puede suceder es no llevarla a cabo una vez probada, que fracase la idea como idea y no como acción es un triunfo a la estadística, una start up menos en la estadística forense, pero lo que no debe cesar es la intención de seguir generando innovación y emprendimiento. Que el fracaso sea elegante, pero que no sea un obstáculo.

*Venezolano, director de ALTO NIVEL escuela de negocios en Guatemala. Ingeniero mecánico de profesión, cocinero por pasión, es ingeniero mecánico con estudios en maestrías de administración de negocios (MBA); y gestión de proyectos (MPM) y con Robótica y Automática Industrial a nivel de doctorado. Agitador tecnológico y admirador del talento humano y de los procesos creativos, cree en la innovación como llave de cambio. Está casado con una chapina y tiene un hijo chileno.

Pueden comunicarse con Oscar a su correo electrónico odrojas@upana.edu.gt o visitando altonivel.upa.edu.gt

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