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Una respuesta inmune lenta puede explicar una COVID-19 más severa

Uno de los grandes interrogantes en torno a la COVID-19 es por qué la enfermedad puede ser mortal para algunas personas y prácticamente imperceptible para otras.

2020-09-08

Por Futurity.org

La Universidad de Stanford ha analizado cómo la velocidad de la respuesta inmune del cuerpo podría ser vital para determinar el grado de efectividad con que un paciente combate la enfermedad.
Se ha demostrado que, cuanto más grave era la manifestación de la COVID-19, menos eficaces eran ciertas células del sistema inmunitario innato para responder a la enfermedad.
Según un nuevo estudio, en pacientes con COVID-19 gravemente enfermos, las células inmunitarias de primera respuesta, que deberían reaccionar de inmediato a los signos de virus o bacterias en el cuerpo, tienen una respuesta lenta.

Una constatación que podría explicar la diferencia entre los casos graves y leves de COVID-19.

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Esta diferencia puede deberse a cómo nuestro sistema inmunológico innato evolutivamente antiguo responde ante el SARS-CoV-2, el virus causante de la enfermedad.

Propio a todos los seres vivos, desde las moscas de la fruta hasta los humanos, el sistema inmunológico innato detecta rápidamente virus y otros patógenos. Entonces lanza un ataque inmediato, aunque algo indiscriminado, contra ellos. También moviliza células 'francotiradores' más precisas, pero que se mueven más despacio, que pertenecen a otra arma defensiva del cuerpo: el sistema inmunológico adaptativo.

«Estos hallazgos revelan cómo falla el sistema inmunológico durante las infecciones por coronavirus, agravando la enfermedad, y apuntan a posibles objetivos terapéuticos», afirma Bali Pulendran, profesor de patología y de microbiología e inmunología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford y autor principal del estudio, publicado en Science.

Los investigadores analizaron la respuesta inmune en 76 personas con COVID-19 y en 69 personas sanas. Encontraron niveles mejorados de moléculas que promueven la inflamación en la sangre de pacientes con COVID-19 gravemente enfermos. Estudios anteriores han demostrado que tres de las moléculas halladas por los investigadores están asociadas a la inflamación pulmonar en otras enfermedades, pero no relacionadas previamente con la COVID-19.

«Estas tres moléculas y sus receptores podrían ser objetivos terapéuticos para combatir la COVID-19», afirma Pulendran. Su laboratorio prueba actualmente el potencial terapéutico de bloquear estas moléculas en modelos animales con COVID-19.

Los científicos encontraron también niveles elevados de desechos bacterianos, como ADN bacteriano y materiales de la pared celular, en la sangre de pacientes más graves por COVID-19. Cuantos más desechos, más enfermo está el paciente y más sustancias proinflamatorias circulan en su sangre.

Estos resultados sugieren que, en los casos de COVID-19 grave, los productos bacterianos que suelen estar presentes solo en zonas como el intestino, los pulmones y la garganta pueden abrirse camino hacia el torrente sanguíneo, iniciando una inflamación mejorada que se transmite a todos los puntos a través del sistema circulatorio.

Pero el estudio revela, paradójicamente, que cuanto peor es el caso de COVID-19, menos efectivas son ciertas células del sistema inmunológico innato para luchar contra la enfermedad. En vez de ser excitadas por material de virus y bacterias, estas células normalmente vigilantes permanecieron inactivas.

Si los elevados niveles sanguíneos de moléculas que promueven la inflamación distinguen a los pacientes más afectados por la COVID-19 de los casos más leves, pero las células sanguíneas no producen estas moléculas, ¿de dónde provienen? Pulendran cree que se originan en tejidos en algún lugar del cuerpo, muy probablemente en los pulmones de los pacientes, el lugar de la infección.

«Uno de los grandes misterios de las infecciones por COVID-19 ha sido que algunas personas desarrollan una enfermedad grave, mientras que otras parecen recuperarse rápidamente», afirma Pulendran. «Ahora tenemos algunas pistas sobre por qué sucede eso».

En el estudio participaron investigadores de Stanford, la Universidad de Emory, la Universidad de Hong Kong y la Autoridad Hospitalaria de Hong Kong.

El estudio fue financiado por los Institutos Nacionales de Salud, el Instituto de Cáncer Sean Parker, la Fundación Soffer y la Fundación Violetta Horton.

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