La ceremonia del adiós de Helmut Kohl (el Canciller de la integración) en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, en presencia de un ascendente Macron y una Merkel en suspenso -hasta las elecciones alemanas de setiembre-, simbolizó la fuerza de un antiguo sueño (la unidad de Europa) y su estado actual: aletargado. También la voluntad de recuperarlo y seguir construyéndolo.
Hoy en la dirigencia de los países de la UE se expande el consenso de que no hay progreso sin solidaridad y en las calles se extiende, aún con indignación, la demanda porque el progreso sea para todos.
¿Estará Europa a la altura de los múltiples desafíos que enfrentan sus ciudadanos, entre los que destaca la llegada a sus costas de millares de hombres, mujeres y niños desde Africa y Asia buscando un destino mejor?
Como en toda coyuntura histórica el diagnóstico es sencillo; pero las respuestas complejas. Hoy entre los políticos europeos hay tensión entre los valores y el pragmatismo; entre el voto y el bien común.
¿Brexit, autoritarismo a la húngara, retiro del Euro, rechazo de migrantes o acción guiada por el humanismo que nació en Europa?
Sin lugar a dudas los países miembros de la UE siguen teniendo una calidad de vida muy superior a la del resto del mundo; sin embargo la desocupación juvenil y el crecimiento del número de pobres son dos indicadores de las desigualdades al interior de tales sociedades.
Es cierto que la economía de los 27 viene recuperándose; pero no a la velocidad necesaria para satisfacer las demandas de mejora de las mayorías.
Más aún se comienza a tomar conciencia de que la democracia no funciona sin protección a los más débiles. No son pocos los ciudadanos europeos que han realizado los actos terroristas en nombre de una ideología de la muerte que invoca utilitariamente a Mahoma.
Harían bien los líderes latinoamericanos en comprender lo que la situación europea enseña respecto del tipo de progreso que debe buscar la economía en el largo plazo, por ejemplo, y darse cuenta que las relaciones de América Latina (especialmente Centroamérica) con Europa deben cambiar. Ellas deben ser útiles para que Europa enfrente sus desafíos internos y no pensar en ella sólo como donante.
La dimensión demográfica de la crisis europea puede ser una oportunidad en la que no sólo la geografía juega un rol y la cooperación para la afirmación democrática un espacio para una nueva relación mutuamente beneficiosa.
*Analista