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Vicente Aguilar: un exfraile y muchas paellas

Llegó a Nicaragua en 1980 y, tras dar vueltas por la región, el español se estableció en Costa Rica en los 90.

2022-11-23

Por Daniel Zueras - Revista Estrategia & Negocios

Vicente, como todo el mundo lo conoce en Costa Rica, llegó a Nicaragua en 1980 a dar clases de educación popular. Por el camino se enamoró y se quedó en Costa Rica, en 1996 abrió un restaurante que es el gran referente de la gastronomía española en el país.

No hay fiesta española sin su presencia. Ha agasajado con su cuchara a artistas internacionales y a políticos de los más distintos pelajes. Valenciano de pura cepa. De la tierra de las paellas. Nacido en una casa humilde en tiempos de la posguerra española, de familia católica, pero contraria a las ideas del franquismo, no lo tuvo fácil en unos tiempos oscuros en el país europeo.

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Sus padres decidieron que lo mejor para él, siendo un niño, era que ingresara a un seminario. Allí se formó, entre hostia y hostia, en un camino diseñado para ser sacerdote. Pero se quedó en fraile (franciscano), en “cura rojo” en los estertores del régimen dictatorial del General Franco.

Aguilar se centró en trabajar con los obreros y los discapacitados, teniendo algunos encontronazos con la policía. Finalmente decidió salir del ambiente religioso, cogió una mochila, influenciado por la Teología de la Liberación, y se plantó en 1980 en Nicaragua, con unos pocos dólares en el bolsillo para ayudar en la cruzada de alfabetización popular.

Recomendado por un amigo fue al despacho de Carlos Támez, sin conocerle, con su nombre apuntado en un papel. Al día siguiente ya era asesor.

“A los internacionalistas (así nos llamaban) nos veían con muy buenos ojos porque íbamos allí a apoyar. Fue un aprendizaje increíble”, recuerda.

Lo que hizo fue enseñar a la gente del campo a leer y a escribir. “Nosotros les dábamos herramientas, la metodología, los materiales, etc, para que ellos lo hicieran”. Pero al poco tiempo cerró el ciclo.

“Llegó un momento en el que yo no me sentía a gusto, por la manera tan autoritaria que tenían. Lo puedo entender porque era una revolución naciente que tenía muchos enemigos.No me exigieron dar un paso más, pero si tú ibas aun acto público y no levantabas el puño cuando decían, ahí el de la par te podía decir algo... Yo me preguntaba:¿Me he salido de los frailes y voy a caer aquí?”. Regresó a España en 1983, pero fue por poco tiempo. Esta vez le llamaron desde Honduras para dirigir allí el proyecto de Educación en los campamentos de refugiados salvadoreños en Colomoncagua.

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“Allí estuve prácticamente dos años y medio, casi tres. Me regresé a España y de ahí fui en busca de mi amor, que vivía en Berlín. A Kathy la conocí en 1982, en un taller que vine a hacer a Costa Rica de Economía Política,Teología y muchas otras cosas, que hice con sup adre, con el Departamento Ecuménico de Investigaciones”, rememora el hoy cocinero y embajador de la cultura y la gastronomía española en Costa Rica.

Y a finales de 1985 regresó a la región. “En los campos de refugiados yo había conocido la Fundación Danielle Miterrand, que me contactó y me propuso irme a El Salvador a dirigir un proyecto educativo con niños huérfanos de la guerra, que estaba bajo la protección y supervisión del Arzobispado de San Salvador, Monseñor (Ricardo) Urioste”. Tras varias idas y venidas de Europa a Centroamérica, encaminó su vida en El Salvador, en la educación universitaria.

A Vicente le llamó el padre Ignacio Ellacuría para que le acompañara en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Vicente ha estado cerca de la muerte en distintas ocasiones. De niño, en España, estuvo a punto de morir ahogado y arrollado por un tren; en Nicaragua en un accidente de tránsito y de un machetazo; en El Salvador se libró de un tipo de los escuadrones de la muerte al irse a tomar whisky con él tras un incidentede tránsito... Y en la UCA volvió a zafar de la parca por los pelos.

Su esposa Kathy había dado a luz a su hija mayor, Paula, y había marchado a Alemania y España a presentarla a toda la familia. Tras la presentación tomó un vuelo a Ciudad de Guatemala y Vicente fue a recogerlas. Al volver del país chapín, “nada más pasar la frontera, alguien como yo que había vivido mil y una batallas en toda Centroamérica, tenía ese olfato de que algo raro estaba pasando. La frontera (con El Salvador) estaba militarizada y los únicos que estábamos pasando éramos nosotros. En Ahuachapán nos enteramos que San Salvador estaba bajo las balas, con la ofensiva guerrillera. Supimos que para el miércoles cerraban todas las fronteras y nos regresamos a Guatemala. Eso era un miércoles por la tarde noche y el jueves de madrugada fue cuando asesinaron a los jesuitas en El Salvador (16 de noviembre de 1989)”.

Vicente no tiene duda que, de haber estado allí, también habría corrido la misma suerte que sus compañeros.Y recaló en Costa Rica. La Embajada de España les declaró “pobres de solemnidad” y tuvieron una ayuda de US$150 mensuales. En este tiempo, para ganarse la vida, comenzó a hacer paellas por encargo.

Así conoció al embajador de la Unión Europea, quien tras interesarse por su trabajo vio que podía ayudar en los proyectos de cooperación del bloque en la región.Y de nuevo tomó su mochila, esta vez encabezando un proyecto en Nicaragua, en Waspán, que buscaba la reinserción de los indios misquitos que habían huido a Honduras durante la guerra. De ahí se fue a dirigir otro proyecto en República Dominicana, pero terminó hastiado de la burocracia y la corrupción.

ENTRE FOGONES

En 1995 la familia decidió instalarse de manera definitiva en Costa Rica y lanzarse a un negocio que le era totalmente desconocido. El 14 de febrero de 1996 abrió las puertas el restaurante La Lluna de Valencia, con apenas torta española, paella, sangría y boquerones en el menú. Desde entonces, se ha convertido en el máximo referente de la gastronomía española en el país y en uno de los grandes valedores de la cultura hispánica en el país.

“Durante todos estos años hemos sido un referentede la cocina española y mediterránea, y dentro de este concepto culinario y gastronómico hay algo muy importante, que es lo lúdico, la alegría, el divertimento. La única conclusión a la cual llegamos es que si haces bien las cosas en la cocina, como en lo que sea, y le pones pasión y ganas, vas a triunfar. Y cocinar, para mí, siempre ha sido un acto de amor”.

Quien visita la Lluna sale enamorado de Vicente, de su carácter y de su cuchara. Su personalidad arrolladora impregna cada esquina del restaurante, sube a cantar con su chorro de voz (también fundó un coro en España, durante su época de fraile), pasa de mesa en mesa hablando con todos los clientes...“Desde el inicio ha sido así, subía al estrado y cantaba-rememora Vicente-. Más que cocinero era un showman, sin haber estudiado teatro llegué a la conclusiónde que esto era como una obra de teatro en la que uno tenía que demostrar siempre y cautivar al espectador, tanto si estaba cansado, con preocupaciones, con problemas...”

Y es que el cliente, el espectador o el comensal que visita La Lluna de Valencia “no quería saber de mis problemas, sino experimentar, porque había escuchado que yo sacaba una bota, que cantaba, que era un tipo simpático...”.Y así lo ha hecho por más de 26 años. Y los que le quedan a un valenciano que llegó en 1980 a Centroamérica, se enamoró de la región y de sus gentes, la ha recorridode arriba a abajo y en la que morirá con las botas puestas. Entre sus fogones.

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