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El Horror de la culpa: La llorona de Jayro Bustamante

La llorona (2019) es la tercera cinta del director guatemalteco quién ya habría llamado la atención de la crítica con Ixcanul (2015) que fue premiada en La Berlinale y San Sebastián, dos de los más prestigiosos festivales europeos y la cinta Temblores (2018).

2021-03-14

Por Christian Calderón Cedillos, Sociólogo guatemalteco en colaboración especial para E&N

En plena crisis global en la industria del cine, la película del cineasta guatemalteco, procedente de una región con escasa industria cinematográfica y de un país como Guatemala con casi nula tradición fílmica, logra provocar un reconocimiento global y marca además todo un acontecimiento cultural.

Y lo es, en varios sentidos que merecen ser valorados: por sus varias nominaciones a los premios internacionales más importantes -Globos de Oro, Critics Choice Awards, Goyas y Festival de la Habana entre otros-, por ser un hito histórico en el cine de autor producido en la región que por primera vez alcanza tal reconocimiento de la crítica internacional y por inaugurar una revalorización en el exterior de la producción cinematográfica regional.

La llorona (2019) es la tercera cinta del director guatemalteco quién ya habría llamado la atención de la crítica con Ixcanul (2015) que fue premiada en La Berlinale y San Sebastián, dos de los más prestigiosos festivales europeos y la cinta Temblores (2018). Estas cintas ampliamente valoradas, sobre todo la primera, destacan su obra como cine de autor.

Con Ixcanul, una cinta hablada principalmente en kakchiquel, logra plasmar con tono narrativo realista que roza el documental, una visión del mundo indígena guatemalteco que resulta visualmente extática y original. Su mejor trabajo según la crítica especializada hasta el momento.

Una llorona justiciera o el drama de las heridas de la guerra.

Foto: Estrategia y Negocios

La trama de La Llorona: en la Guatemala contemporánea un vetusto general que habría combatido a la guerrilla de su país, es juzgado por los crímenes de guerra cometidos contra la población indígena guatemalteca treinta años antes, logra salir absuelto por tecnicismos legales y es acosado en su casa donde se mantiene confinado por los familiares de sus víctimas que reclaman justicia. El encierro se trastoca pesadilla cuando los efectos del mismo comienzan a afectar al militar retirado y a su familia. La historia da un giro "sobrenatural" cuando una misteriosa joven indígena llega a trabajar a la casa como empleada de servicio doméstico.

Hasta aquí la premisa central de la cinta.

Si bien, la presencia de un elemento mítico latinoamericano ancestral como La Llorona y las marcas genéricas del terror en el guión - presencias espectrales con exorcismos incluidos o guiños a cintas comerciales como El Aro o El Grito- podrían ser llamativas a la audiencia más convencional, no dejan de ser un pretexto para la narrativa más medular que subyace a su superficie argumental.

La película que comentamos, es, en esencia, una película política con la equívoca etiqueta de cine de terror, ya que las convenciones del género no ocultan las intenciones políticas y de denuncia del director guatemalteco, que es la característica que define el cine de Bustamante hasta la fecha.

Y en esto, quizá habría destacar como lo más meritorio de la cinta y su impacto en la sociedad a nivel simbólico y cultural, la temática sensible que toca: las huellas de la guerra civil en la Guatemala del siglo XX, el debate sobre el genocidio en la sociedad guatemalteca y los efectos sociales de esa guerra no sólo en las víctimas sino también en los victimarios.

El personaje central "Enrique Monteverde" -aunque no el más importante de la narrativa a mi juicio - es un trasunto del general golpista Efraín Ríos Montt (1926-2018) quién enfrentó en la vida real el juicio histórico por genocidio, y es quizá el dato más evidente que relaciona la cinta con la historia guatemalteca reciente. Esta sería la lectura "política inmediatista" que no cabe resaltar demasiado y la película se posiciona muy claramente en este aspecto.

Si bien, la presencia de un elemento mítico latinoamericano ancestral como La Llorona y las marcas genéricas del terror en el guión - presencias espectrales con exorcismos incluidos o guiños a cintas comerciales como El Aro o El Grito- podrían ser llamativas a la audiencia más convencional, no dejan de ser un pretexto para la narrativa más medular que subyace a su superficie argumental.

Foto: Estrategia y Negocios

No así no es tan evidente, y ésta es la lectura más sugerente que propone Bustamante, es el retrato casi clínico que realiza del entorno familiar del militar y la clase social representada en la pantalla -y más específicamente de sus personajes femeninos- y que contrasta con el personaje central, el general Monteverde/Ríos Montt.

Es así, como el autor guatemalteco retrata de forma contundente y en clave que resulta sociológica, las razones de clase o la justificación política - ¿y moral?- de la conducta criminal en la guerra contra los "subversivos" o "los comunistas" por parte de "la gente de bien", en un fascinante diálogo entre la esposa del general y su hija. También, ambos personajes son recreación en la ficción de la esposa e hija del general Ríos, que en la vida real han sido protagonistas de la política guatemalteca, como diputadas y la segunda además como candidata presidencial fallida.

Foto: Estrategia y Negocios

De hecho, son los personajes femeninos los que destacan en la trama de la película del cineasta guatemalteco, ya alguna reseña crítica calificó la cinta como feminista, y es otra lectura sugerente que cabe resaltar. Un premio reciente, del Círculo Femenino de Críticas de Cine de Estados Unidos parece constatar esta afirmación.

En ese sentido la actuación de Margarita Kénefic, como esposa del general, es lo más destacable del film a nivel actoral. Y la evolución de su personaje a la fusión empática con la mujer indígena víctima de la violencia política, otro de los mayores aciertos del guión. Destacan también las actrices Sabrina De la Hoz y María Mercedes Coroy, en los roles de hija del general y la empleada indígena/la llorona, respectivamente.

En suma, con La llorona, el director guatemalteco logra retratar no a los demonios espectrales sino los demonios personales de la culpa, los horrores de la culpa de los crímenes de la guerra que han dejado en la psiquis profunda de la sociedad guatemalteca y en sociedades similares que han vivido los horrores de una guerra fraticida, de sus cicatrices sociales que no terminan de sanar y el origen de sus grandes divisiones políticas que perduran hasta el presente.

Foto: Estrategia y Negocios

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