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Remesas curan pobreza, según The Wall Street Journal

Cientos de miles de millones de dólares en ayuda extranjera se han destinado a combatir la pobreza en el mundo en desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial. No obstante, si se le pregunta a la gente de las pobres zonas beneficiadas qué ha hecho la mayor diferencia en sus difíciles vidas, recibirá sólo una respuesta: las remesas.

2016-02-29

Por: Mary Anastasia O´Grady- The Wall Street Journal

La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo han llevado una destacable prosperidad a la zona norte del estado de Virginia y a Maryland. No obstante, son los frutos del trabajo inmigrante enviados a casa los que explican cómo, en lugares como este, la pobreza extrema está lentamente cediendo terreno al desarrollo. Hago énfasis en "lentamente", pero el cambio es real. Y como me dijo un residente: "Cuando construyes algo tú mismo, lo valoras más".

Este municipio en el departamento de Huehuetenango está a ocho horas en auto de Ciudad de Guatemala. La mayor parte del viaje es en una carretera de dos carriles que serpentea a través de pasajes montañosos y cruza a través de centros comerciales que parecen existir para servir a los viajeros, con talleres mecánicos, restaurantes y "auto hoteles" que se alquilan por hora. Viejos autobuses escolares pintados de cualquier color menos amarillo y cargados encima con bultos de los pasajeros pasan al lado de jóvenes que andan en bicicleta.

Más al norte, los grandes edificios gradualmente desaparecen. En su lugar hay puestos callejeros que ofrecen artículos de cerámica, calabazas y frutas. Mujeres, niños y hombres mayores cargan leña, colgada en sus espaldas con sogas y sostenida con una faja que envuelve sus frentes.

Justo al sur de Gracias a Dios, un pueblo en la frontera con México, la carretera se bifurca. El camino menos transitado conduce aquí.

Más allá de Chaculá, el pavimento se termina y empiezan los surcos, las zanjas y la polvareda. Se requieren otros 90 minutos en un vehículo 4x4 para recorrer casi 30 kilómetros hasta la cercana aldea de San José Frontera, ubicada en la falda de la Sierra de los Cuchumatanes, rodeada por nubes. Las mujeres de la localidad aún visten los tradicionales huipil y corte de tejidos coloridos y muchas sólo hablan el idioma indígena. Sin embargo, hay una notable ausencia de hombres jóvenes sin discapacidades. Se han ido al norte a hallar trabajo en EE.UU.

Chaculá nació el 12 de enero de 1994. Esa es la noche en que cientos de familias indígenas -que en los años 80 huyeron de la guerra entre las guerrillas marxistas apoyadas por Fidel Castro y el Ejército guatemalteco- fueron repatriadas. Un residente me cuenta que él fue parte del grupo de refugiados que vivía en México que fue enviado en autobuses por las agencias de ayuda internacional. Llegaron aquí a la medianoche e inicialmente vivieron en grandes tiendas levantadas por sus benefactores internacionales.

Pronto comenzaron a usar sus ahorros para comprar los alimentos que preferían y para conseguir mejor alojamiento. La madera estaba disponible en abundancia en los bosques y construyeron chozas con techos de láminas corrugadas.

Algunas de las chozas aún están en pie. Ahora, en cambio, también hay muchas casas hechas de bloques de hormigón y, entre ellas, es imposible pasar por alto la cantidad de ordenadas casas de estuco de pinturas brillantes. En el área existen incluso estructuras de dos pisos que parecen haber surgido directamente del "sueño americano" de un migrante. Son producto del dinero enviado por familiares en "el norte", es decir EE.UU.

La educación es otro uso principal de las remesas. Había una época en la que los niños de un pueblo como este habrían sido afortunados si terminaban el sexto grado (o la educación primaria). Sin embargo, con los ingresos del exterior, según un residente, las familias tratan de conseguir que sus hijos terminen la educación media o incluso el bachillerato.

No obstante, la inversión privada escasea. Los débiles derechos de propiedad y la pobre infraestructura son dos de los principales culpables. Las torres celulares están por todas partes, pero casi no hay hay casas con tuberías de agua y desechos. La gran granja donde me alojé es una cooperativa, propiedad de unos 200 residentes. La estructura legal sirve para proteger el agua, los bosques y los recursos minerales de los saqueos, al tiempo que pone esos recursos a trabajar para el beneficio de los dueños. Sin embargo, los miembros de la cooperativa pueden vender sus intereses solamente a otros en la comunidad, no a personas externas, quienes podrían tener mucho capital.

Esta limitación parece contraproducente, pero no es irracional. Los locales instintivamente saben que no tienen acceso a abogados caros, y que eso los hace vulnerables. Si bien Donald Trump podría amenazar la casa de una mujer de la tercera edad en Atlantic City, aquí, donde el estado de derecho es mucho más débil, no se sabe el daño que podría hacer un desarrollador inmobiliario charlatán y prepotente con importantes contactos.

Es impresionante que esta pacífica comunidad esté llena de niños, lo que significa que no están siendo enviados a EE.UU. Esto respalda aún más la afirmación de que las recientes olas de niños migrantes provienen de áreas, en su mayoría urbanas, donde el crimen organizado financiado por los consumidores de drogas en EE.UU. hace la vida insoportable.

En otras palabras, al igual que todos, los guatemaltecos aman a sus niños. Eso es algo a tener en cuenta la próxima vez que escuche a alguien atacar a inocentes que huyen de Centroamérica.

* Escriba a O’Grady@wsj.com.

Fuente donde se publicó originalmente el artículo

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