Claves del día

'¿Papeles de Panamá? ¡Váyanse al carajo!'

Taxistas, ejecutivos y hasta el propio Fonseca hablan con el medio digital español El Confidencial (uno de los que difundieron el escándalo) sobre el tsunami informativo que ha pasado por encima del istmo caribeño desde la pasada semana. Desde el complot internacional, hasta una amante despechada, las teorías surgen por doquier para explicar cómo se filtró la información.

2016-04-11

Por: elconfidencial.com

Ramón Fonseca, el -por unas horas- hombre más buscado del planeta, no se ocultaba en las alturas del fotogénico 'skyline' de Ciudad de Panamá, sino a la sombra de los soberbios rascacielos medio vacíos que le valieron al pequeño país del istmo el pomposo sobrenombre de la Singapur de Centroamérica.

El martes, la poco glamurosa Calle 54-Este amaneció convertida en la zona cero del periodismo global. Corresponsales de medio mundo montaban guardia frente a las oficinas del Mossack Fonseca, expectantes ante una posible comparecencia de los abogados del momento para explicar cómo es que por sus 11,5 millones de archivos -trabajados y revelados por los miembros del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, en sus siglas en inglés)- campaban la flor y nata de la política, el arte, el deporte y el crimen.

La sede de su bufete, en el modesto edificio Arango Orillac, es más bien decepcionante. Tan solo el nítido reflejo de la verdosa torre helicoidal F&F en la reluciente fachada acristalada de tres plantas recuerda al viandante despistado que este debe ser uno de esos lugares donde se corta el bacalao.

Con el paso de las horas, la prensa se tiene que conformar con satisfacer la curiosidad de las señoras cotillas que piden hacerse 'selfies' con los plumillas más resultones y conversar con los sorprendidos mochileros que pernoctan en hostales de 20 dólares la noche a pocos metros de la poderosa firma legal. Cuando periodistas acaban entrevistando a periodistas, es síntoma de que la cosa ha ido muy mal.

Con el misterioso Jürgen Mossack esfumado del mapa, Fonseca ha sido el encargado de poner cara al escándalo. Durante la semana, fue desgranando su versión de los papeles en entrevistas a cuentagotas con algunos medios de comunicación. Con el brillante cabello entrecano repeinado hacia atrás y unos livianos lentes sin montura, su aspecto es el de un yupi ochentero que ha envejecido bien. Sus 63 años -40 de ellos en el negocio- le han dado tablas suficientes para hacer valer sus argumentos, con alguna precisión de los dos jóvenes asesores que le flanquean.

Foto: Estrategia y Negocios

El discurso de Fonseca de defensa es un cóctel de derecho a la privacidad, defensa de la libre empresa y reprimenda contra la prensa por dar información "hackeada". (Foto: AFP).

"Panamá no es el único país del mundo que hace eso", comienza muy serio. "Economías abiertas muy exitosas como la nuestra atraen mucha envidia", agrega, antes de lanzarse a explicar el tremendo agravio comparativo que está sufriendo la nación latinoamericana frente a otras jurisdicciones con similares o mejores condiciones para hacer negocios opacos, desde Delaware, Nevada y Wyoming en Estados Unidos a Andorra, Liechtenstein o Mónaco en Europa.

Formado en la London School of Economics, Fonseca se inició en los arcanos del corporativismo en Suiza, capital histórica de las 'marramucias' (triquiñuelas) bancarias, mientras trabajaba para la ONU, donde dice que empezó con la idea de cambiar el mundo. Pocos pensaron que este autodenominado "hombre del Renacimiento", influyente político y premiado novelista de éxito, acabaría teniendo que dar tantas explicaciones en una región donde dinero e impunidad son dos palabras que van de la mano.

"A esto yo lo llamo cacería de brujas", agregó arrellanado en uno de los espléndidos sillones de cuero rojo de la refrigerada sala de juntas de Moss-Fon, donde tan solo un mapamundi de mármol negro y gris en la cabecera de la amplia mesa de madera da una pista de las ramificaciones globales de su compañía.

"Los nombres de esa lista no son nuestros clientes. Son clientes de nuestros clientes".

Su discurso de defensa es un cóctel de derecho a la privacidad, defensa de la libre empresa y reprimenda contra el sensacionalismo de la prensa internacional por explotar información hackeada a su compañía -en ningún caso filtrada "desde adentro", asevera-. Como conclusión, un complot internacional contra Panamá cuyo autor y fin último todavía es desconocido. "La nuestra es una industria incomprendida", se lamenta, gesticulando con las manos como un predicador. "Nosotros no vendemos helados, vendemos estructuras jurídicas".

Foto: Estrategia y Negocios

Legal, legítimo… ¿ético?

La última vez que el mundo escuchó hablar de "industrias incomprendidas", el anglicismo en boga no era 'offshore', sino 'subprime', un palabro que robó a más de uno la cartera, la casa y el futuro. De las varias similitudes entre ambos casos, quizá la más relevante en este punto es que 'el negocio' en sí no es ilegal, aunque ahora a todos nos parezca sospechoso. Según expertos, esta industria mueve en torno a US$7,5 billones al año y esquiva impuestos en todo el mundo por valor de US$200.000 millones. Son cálculos a coger con pinzas, pero suficientes para dejar claro que Panamá no tiene el monopolio del dinero opaco.

Es miércoles y los archivos de Mossack Fonseca han salpicado a la élite de 50 países y afectan a una veintena de jurisdicciones. Pero el apellido de los papeles fue Panamá. Y por eso los panameños están furiosos y se preparan para las consecuencias.

"Essstamos jodidosss, tío", apuesta con risa tensa el taxista Miguel Planas, arrastrando las eses para imitar con poca fortuna el acento español, mientras su desvencijado Kia bufa recalentado en el insoportable tráfico que no sale en las postales. "¿Quién va a querer hacer negocios con nosotros si nos ven como un banda de ladrones? Pero resulta que lo hacía todo el mundo...', comenta.

Para una explicación más formal hay que ir al Colegio Nacional de Abogados de Panamá, un país con más del doble de letrados activos per cápita que España. Desde el anticuado edificio color crema que sirve de centro a la vida legal panameña, aseguran que la fama de su país como paraíso fiscal para fortunas mal habidas debería haber quedado atrás hace años.

La implementación de una serie de reformas en la última década para esquivar sanciones internacionales allanó el camino para regular el sector. Y aunque en 2014 el país entró en las listas negras de las jurisdicciones opacas, el Gobierno del presidente Juan Carlos Varela consiguió sacarlo en tiempo récord del cuarto de los ratones fiscales aprobando una legislación más agresiva para controlar el sector no financiero, incluyendo una ambiciosa ley contra el lavado de dinero. Pero el negocio es lo que es.

"Nuestro objetivo es que el cliente pague menos impuestos y pueda asegurar con discreción su patrimonio frente a situaciones complejas", comentó José Vega Sacasa, jefe del despacho J.Vega & Asociados experto en tributación internacional. "Y eso no solo es legal, sino que es perfectamente legítimo", afirmó en mangas de camisa, sentado en un ajado sofá de cuero de la sede de la colegiatura.

"Nuestro objetivo es que el cliente pague menos impuestos y pueda asegurar con discreción su patrimonio frente a situaciones complejas"

Legal, puede que sí. Pero ¿es ético? "Eso dependerá de tu ideología y de cómo veas el mundo. Pero la realidad es que el mercado de firmas 'offshore' es muy competitivo y muchas otras jurisdicciones se dedican a esto y transan más volumen [de empresas] que nosotros", agregó Norman Díaz, consultor jurídico del Colegio. "Sin embargo, los periodistas le pusisteis papeles de Panamá'. No 'offshore papers' o 'los papeles Mossack-Fonseca'. Eso es muy injusto".

"Injusticia" poética

'Injusticia'. Esa es la palabra en la calle. En bares, mercados y oficinas no se habla de otra cosa. Por una vez, gremios, partidos y ciudadanos de toda condición coinciden en echar pestes de la prensa internacional por la ocurrencia de bautizar a la mayor filtración periodística de la historia con el nombre de su orgulloso país.

La fama de Panamá como exótico puerto pirata está grabada en el imaginario colectivo desde hace generaciones, como una exótica tierra frecuentada por piratas como Morgan y Drake. John Silver le contó a toda una generación que su loro aprendió a gritar '¡doblones!' en Panamá, según narró Robert Louis Stevenson, cuyo célebre tesoro bien podría estar enterrado en cualquier isla de estas latitudes. Como una profecía literaria, piratas financieros de todos los continentes volverían a desembarcar siglos después para ocultar sus fortunas en la pequeña república que apenas tiene cuatro millones de habitantes. Panamá se convirtió en una suerte de Isla Tortuga para banqueros, abogados y políticos, que durante años disfrutaron de un paraíso fiscal y físico.

El jueves, en el Café Boulevard Balboa -un clásico estilo años cincuenta donde políticos, abogados y empresarios se dan la mano y cambian chismes entre cafés y tostadas-, la surtida clientela está más dicharachera que de costumbre. El murmullo de las mesas no deja escuchar las varias televisiones, donde las noticias de los "daños colaterales" de Mossack Fonseca se suceden en bucle. Algunos canales locales han eliminado la referencia a Panamá de los papeles, pero es tapar el sol con un dedo. El 'hashtag' acompaña la renuncia del primer ministro islandés, la censura china de la información, las explicaciones apresuradas de un presidente latinoamericano.

"Lo que no puede ser es que Europa, como está en crisis, nos obligue a nosotros a perseguir fiscalmente a sus ciudadanos", opina David Guardia, diputado del gobernante Partido Panameñista, entre el repicar de las cucharillas y el olor a plato combinado. "¿No se han preguntado por qué [sus ricos] se vienen acá? Es porque los tienen acosados de impuestos para pagar la deuda que se gastaron los políticos", agrega el funcionario.

Así las cosas, Panamá es terreno fértil estos días para las teorías de la conspiración sobre quién está detrás de los dichosos papeles: que si fueron los países ricos de la OCDE para chantajear a su pequeño pero pujante país, que si fue un plan orquestado por la CIA para hundir a sus enemigos, que si fue una amante despechada en el seno del bufete que levantó la liebre desde dentro.

"La historia de los 'offshore' no la inventamos los panameños", dice José Samaniego, un contable de 55 años, en la puerta de la cafetería. "Pienso que somos objeto de envidia de algunos de esos grandes países. No sé quién, pero tengo claro es que esto no es casualidad".

Justos y pecadores

Sea cual sea la respuesta, el país ya está comenzando a sentir las consecuencias y Francia ha vuelto a incluirlo en la lista de países que no cooperan con información fiscal, levantando la espada de Damocles sobre la economía panameña, que tras crecer durante una década a un promedio del 8% anual, está mostrando algunos síntomas de desaceleración. Hay temor de que el daño a la reputación del país sea la gota que colme el vaso.

Es viernes por la tarde, y los turistas deambulan despreocupados por las empedradas aceras del casco antiguo capitalino, una joya de la arquitectura colonial. Desde hace años, las angostas callejuelas del centro han ido perdiendo su mala reputación y ahora son una nueva 'zona rosa' en la ciudad. La gentrificación se hizo presente redondeando una buena metáfora de Panamá. Un país que creció a pasos agigantados al calor de su célebre canal interoceánico y un pujante sector financiero, pero que no supo repartir la prosperidad.

Foto: Estrategia y Negocios

"En Panamá siempre acabemos pagando los justos por pecadores", dice Virgina Casado, armando con precisión quirúrgica un perrito caliente, sofocada por las humeantes ollas de su carrito ambulante. "A lo mejor esta gente no quiere volver" -prosigue señalando a su rubicunda clientela de acento nórdico- "porque creen que ayudamos a los corruptos de sus países. Como si no tuviéramos bastante con los nuestros".

No parece ser el caso. De hecho, muchos de los visitantes extranjeros están felices porque sus grupos de amigos les escriben para conocer lo último desde "el lugar de los hechos", como improvisados corresponsales de una "guerra" donde lo más duro que te puede golpear es un titular. Un surtido grupo de españoles cena en una terraza en el paseo de las Bóvedas, muy favorecido por la luz del atardecer.

"Yo estoy flipando", se hace escuchar desde el otro lado de la mesa José Luis, un ingeniero malagueño. "¿Por los papeles?", le dice el de al lado. "No, por las mujeres". Risas.

Cae la noche y sube el volumen. Ya es sábado en Panamá, que también es la patria del reguetón, y en las discotecas ya no habrá oportunidad, ni ganas, de hablar de papeles ni 'offshores'. Bajando la avenida Eloy Alfaro, que conecta el Casco con la impresionante cinta costera de cara a la bahía, se levanta La Mayor, el decano de los prostíbulos de la ciudad, con su característico color musgo apenas alumbrado con unos desgastados neones verdes.

Un grupo de ejecutivos mal 'entrajetados' sale del lugar en acalorada conversación sobre el tema, al parecer ilustrando a un socio extranjero de la compañía que ha venido de visita. Al preguntarles sobre las consecuencias a las que se enfrenta el país centroamericano por el escándalo de los papeles de Panamá, el más sereno comienza a enumerar la lista de posibles desgracias cuando un colega lo interrumpe enojado: "¿Los papeles de Panamá? ¿Los papeles de Panamá? ¡Váyanse al carajo!".

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