Empresas & Management

Opinión: Tres historias y una teoria para el Cambio

El coronavirus ha sido retador para validar y evaluar ciertas verdades que teníamos por totémicas y al parecer no lo eran tanto: desde la solidez de modelos de negocios (me prometo una columna con este tema) hasta transformación digital. Seremos capaces de sobrevivir al teletrabajo sin explosionar nuestras relaciones humanas?

2021-09-01

Por óscar Rojas Morillo / consultor en innovación/ especialista en estrategias empresariales

1. Gibson o los rockeros viejos nunca mueren

Foto: Estrategia y Negocios



Muchas de las canciones que pueden resonar en nuestras mentes tienen guitarras en sus melodías. Y muchas de esas guitarras indudablemente son Gibson. Si yo tocara, usaría sin dudar una de esas. Nadie se puede imaginar un blues de B.B. King sin Lucille ni la turbina sonora de Led Zeppelin sin Jimmy Page y su exuberante SG roja de doble mástil. Sweet child o' mine sin ella sería como Slash sin su sombrero o Bob Marley sin reggae y rastas. No habría electricidad en Back in Black ni en Thunderstruck porque no habría Angus Young posible ni ACDC con que dislocarse la nuca de tanto ir y venir siguiendo el tempo. Gibson al igual que Fender, su gran rival de siempre con Hendrix, Dylan, Clapton y Kurt Cobain entre muchos; son el recordatorio presente ante tanta música enlatada, facilona y tuntún que la habilidad del superhéroe de guitarra aun existe y puede que mas viva de lo que la imaginábamos.

Pero no siempre fue así. Gibson, la inventora de la guitarra eléctrica, el fetiche de tantos músicos, el símbolo y la de la distorsión estuvo desahuciada y prácticamente destruida hace no más de cuatro años. La estaba matando un mercado que ahora idolatra a personas que mezclan sonidos desde una mesa. La estaba secando malas inversiones y visiones sobre algo que ya no existía. La aniquilaba el hip hop y secuencias reguetoneras con sus elipsis exageradas y la manía de hacer canciones con sujetos pero sin predicados, con sus ritmos carentes de instrumentación orgánica. Estaba desapareciendo y agonizando por no reaccionar con el mismo ritmo, furia y velocidad con la que tocan sus guitarras.

Demasiado grande -y atractiva- para caer, Gibson en el 2018 fue rescatada por el capítulo 11 de la Ley de Quiebra de los Estados Unidos. 250 millones de hemoglobina y de dólares para volver a las raíces. Gibson volvió a pivotear sobre este principio y a hacer lo que mejor sabe: Guitarras de las de siempre y se dejó de innovaciones estratégicas alocadas y fuera de todo sentido. Su CEO tras el salvamento, James Curleigh, traído como por atracción de la gravedad desde la legendaria Levi´s (jeans y rock también son sinónimo), sabía que parte de todo el embrollo se basó, además de una caída de ventas generalizadas del sector, en compras extrarradio a lo que significaba Gibson Brands, como por ejemplo, sistemas de audios a Philips o intentar que la marca se convirtiera en un estilo de vida.

Y ya se que es fácil criticar después del naufragio, pero audífonos, altavoces y artículos de DJ´s no son precisamente lo que han hecho muy bien desde 1894 por muy abiertos e innovadores que sean, y es sabido que no siempre la diversificación horizontal es la mejor de las opciones ante el ahogo.

Solo después reinó la cordura y aceleraron a fondo para reagrupar la marca en torno a sus icónicos modelos. Simplificaron estilos, soltaron lastre y salieron de las compras ruinosas. Limpiaron la casa por dentro y aumentaron la calidad de construcción con los ojos del artesano, olvidada entre tanta distracción de esa idea de ser un estilo de vida. Gibson era, es y serán guitarras y rock. Indisoluble. Enlace metálico. Mutuamente incluyente.

Gibson, la de Les Paul y la de Oasis, se convirtió en un startup de 127 años de experiencia para volver a aprender. Se encontró con el peso de su historia y cambió. Viró hacia si misma y le apostó doble o nada su ADN y pedigrí. Y como toda filosofía startup, (re)pensó en su publico objetivo cuidadosamente. Se centró en lo que este necesitaba ahora, diseñó guitarras como deben ser, con opciones de precio según quién o qué tocaban y hasta lanzó, la muy centennial, una app para aprender a tocarlas. Quizá la mejor del mercado. Multipremiada y con la capacidad de llegar y enseñarles a todos a ser los próximos héroes de guitarra, como el incombustible Keith Richard de los Rolling Stones.

Y les ha ido fantástico.

Contra todo pronóstico sus ventas y rendimientos han crecido tanto que casi no recuerdan un año como el 2020. Año cero. Año COVID-19. Y a falta de confirmación, el 2021 va por el mismo camino. Un estruendoso riff a todo volumen por ellos, por cambiar para ser los de siempre.

2. El mercader de la muerte ha muerto. La historia de un hombre que no quiso morir siendo lo que era

Sucede más o menos así: Un hombre solitario está en una terraza en la primavera parisina. Va a desayunar cuando abre el diario que lo espera en la mesa mientras toma su café. Es el año 1.888. Es abril. Lee sobre avance de construcción de la tour Eiffel. Sobre economía. Política. Sociales. Llega al obituario.

El reflejo de leer completa la sección de decesos es común en mucha gente, y no era ajena en la persona de París. Imagino que ya estaba apurando su croissant y jugo de naranja cuando se enteró que él había muerto el día anterior.

La esquela, escueta y fría anunciaba su deceso:

El mercader de la muerte ha muerto.
Un hombre que difícilmente sea recordado como benefactor de la humanidad, ha muerto ayer en Cannes.
Era el señor Nobel, inventor de la dinamita.
El señor Nobel era sueco.

Alfred Nobel, inventor, químico, ingeniero y escritor de talento se debe haber sentido profundamente conmocionado con su propia muerte, pero fue peor cuando se enteró que la errata lo nombraba a él cuando en realidad el Nobel fallecido era Ludvig, su hermano mayor por un ataque al corazón. Todo rigurosamente cierto a no ser que el muerto no era él.

Además del dolor de la pérdida de su hermano, Alfred, el inventor de la dinamita, el potentado con mas de 350 patentes en el mundo, se dio cuenta de su lúgubre apodo.

La dinamita es nitroglicerina estabilizada por la absorción de un medio sólido normalmente diatomita. En un principio fue pensada y comercializada por Nobel para poder hacer espacios y excavaciones en roca con fines agropecuarios y lacustres. Pero su poder explosivo se expandió rápidamente y se le encontró un uso macabro: la aplicación militar. Y con ello un medio de aniquilación más eficiente de humanos. Aparentemente ajeno Nobel a esto, seguía investigando en su producto, estabilizándolo y haciéndolo más potente, y con ello forjándose una fortuna inmensa. Hasta el día que murió no dejó de fabricar dinamita, pero el obituario que se anticipaba a su muerte 8 años, lo hizo pensar. ¿Era así como quería ser recordado?

Alfred un año antes de morir, y supongo que después de cavilar mucho sobre el efecto de sus trabajos, escribió y firmó su último testamento. Legaba prácticamente toda su fortuna (y el futuro de los beneficios de sus empresas) a constituir un premio para honrar a las personas que hayan dado con sus ideas y actividades el mayor beneficio a la humanidad. Premios para aquellos en física, química, fisiología, literatura y paz. Allí, en 1895 plantaba la semilla que germinaría en 1901, memoria de un hombre que no quería que leyeran su obituario como el que leyó de sí mismo.

3. Sobre Gamechangers: La regla inmutable de la destrucción en la era de los cambios

Joseph Alois Schumpeter es para muchas personas a la economía moderna lo que Darwin fue para la biología.

Nacido en lo que era el Imperio Austrohúngaro en 1.833, y supervisor de tesis doctorales de dos premios Nobel de la talla de Samuelson y Tobin, hoy lo nombro porque no dejo de pensar en sus postulados.

El economista posiblemente más influyente del siglo XXI falleció en 1950, pero imaginó los escenarios que ahora estamos viviendo. De él es la mejor y más precisa definición de Innovación de siempre. Imaginaba un mundo donde las empresas que no eran capaces de generar innovación y con ello no evolucionar forzosamente desaparecerían. El concepto enlace para entender esto es lo que él mismo acuñó como Destrucción creativa. No hay sistema que se pueda regodear sin evolucionar, porque es cuestión de tiempo que venga algo o alguien y cambie las reglas de juego y extermine todo lo anterior. Ni siquiera es economía, es la vida en general.

Decía que no podía dejar de pensar en sus postulados para intentar encontrar la lógica que nos rige desde febrero de 2020. El mundo se encierra, se protege, no sabemos qué está sucediendo y comienzan a morir personas en nuestros países. Vemos que se nos viene el tsunami encima y los presidentes de todo el mundo se ven en el vértigo del equilibrista: economía o vida. Aprendemos rápido y nos adaptamos a llevar mascarillas y a reprimir el hábito natural de tocarnos la cara. Seguimos sin entender cómo llegamos hasta acá. Una ola, dos olas, tres olas. Nos asombra nuestro poder de fuego y capacidad científica de hacer vacunas. Ahora creemos que la innovación lo es todo. Schumpeter tenía razón.

Claramente nadie hasta quizá noviembre del 2019 imaginaba algo así con esta peste (conspiranoicos, infoxicados y eruditos en redes sociales y cadenas de WhatsApp favor abstenerse). Pero en términos absolutamente económicos, empresariales y de comportamiento, el virus que nos trae de cabeza y lleva dolor a todos ha sido el factor disruptor más grande a la que toda la humanidad se ha enfrentado al mismo tiempo. Un gamechanger y un retador para validar y evaluar ciertas verdades que teníamos por totémicas y al parecer no lo eran tanto: desde la solidez de modelos de negocios (me prometo una columna con este tema) hasta transformación digital. Todos aquí, los que me acompañan a leer, hemos visto cómo empresas potentes y de toda la vida se fueron a pique y otras cómo florecieron al calor y cobijo de incertidumbre y cambios impensables. Ahora sabemos cómo las organizaciones invisibles y holócratas no solo sobreviven, sino que se expanden y crecen en la zona de la curva reservada para lo imprevisible e incómodo.

David Semel Rose, un emprendedor serial y autor del best seller Angel Investing: The Gust Guide to Making Money & Having Fun Investing in Startups suele recordar que los modelos del siglo XX están diseñados plenamente para fracasar en el siglo XXI porque, parafraseo a Schumpeter: los vientos de cambio y mutación arrasan a las viejas ideas (y a las organizaciones que las practican) y elevan a las nuevas hasta que éstas o innovan o se ven de nuevo arrasadas por el viento incesante de la necesidad. Es la temporada de huracanes. La salida o el ancla ante el vendaval Schumpeteriano es que vuelvan al pensamiento embrionario del emprendimiento puro. El del vértigo.

Foto: Estrategia y Negocios



El COVID-19 es el vendaval de turno, es la razón de movernos, de cambiar no solo nuestro pensamiento sino también nuestro actuar. ¿Seremos capaces de sobrevivir al teletrabajo sin explosionar nuestras relaciones humanas? ¿Sobrevivirá una semana más el restaurante que tanto nos gusta si no genera una propuesta adecuada a lo que estamos viviendo? ¿Se adaptarán las empresas a mis hábitos de consumo y demanda de necesidades? La respuesta es sí. Lo que no sabemos es por quién serán satisfechas estas y todas las demandas posibles, pero sí, las tendremos. Como siempre. Como ya lo dijo nuestro ilustre invitado de esta sección.

1+2+3= U

Hay empresas que tienen lo que en psicología se llama memoria traumática. Esta olvida las experiencias buenas y se estanca y repite en la incidencia, normalmente dolorosa, de errores y culpas. Con ello distorsiona la realidad y genera patrones de conductas negativos con efectos psicosomáticos evidentes. Una empresa con predominancia de esta memoria está enferma y suele no avanzar, y mucho menos cambiar, al menos para bien.

Igualmente solemos creer que las empresas más admiradas y líderes tienen una especie de escudo ante este tipo de memoria, pero nos equivocamos: en realidad son resilientes. Se equivocan y pierden, temen extraviarse de sus mercados y se preocupan por la competencia. Como todas. Pero no se relamen eternamente las heridas y como el tiempo corre, no suelen ver todo el día hacia atrás. Drenan su stress y ante las adversidades saben sufrir. Luego le ponen buena cara y van por el próximo desafío. Cambian lo malo en pretérito por la dopamina de lo bueno en futuro. Una cuestión de actitud y tiempos verbales.

Pero ¿cómo quebrar esta memoria y su espiral viciada para poder avanzar y cambiar?, quizá partiendo de Robert Kegan y Lisa Lahey y su artículo The real reason people won´t change de HBR donde analizan algo que llaman inmunidad al cambio. La idea central podría ser que en gran medida las personas no cambian no porque no quieren, sino porque no saben cómo hacerlo. No saben activar los drivers necesarios para que los hechos sucedan. O padecen por la ausencia de guía para cortocircuitar las relaciones con el pasado que les paraliza (el trauma), y que puede ser la razón de rechazar toda opción de evolución, inclusive de manera inconsciente. O no saben lidiar con sus miedos.

Resulta más que esclarecedor y lógico pensar que Kegan y Lahey no culpabilizan a la (falta de) actitud, ni al conocimiento o al talento como razones del no-cambio, sino más bien a la carencia e influencia positiva de apoyos externos (amigos, jefes, lideres) y a los contenidos internos de cada persona.

El futuro del liderazgo y la gestión en las empresas para generar Cambios dentro de la destrucción creativa pasa, indudablemente, por responder lo que plantean Kegan y Lahey en cuanto a que las organizaciones deben encontrar en las personas las razones que las mueve e ingeniárselas para hacerlas de grafeno: fuertes antes las adversidades y los traumas; ligeras, ágiles y prestas a amoldarse a la innovación y los cambios. Así serán también las organizaciones.

Otto Scharmer del MIT bosqueja en su libro Teoria U: liderar desde el futuro a medida que emerge las primeras respuestas a la aparente paradoja planteada por Kegan y Lahey y el cambio: Además del poder de la guía de otras personas como sostén y sin imposición, las personas cambiamos cuando abrimos la mente y dejamos a un lado prejuicios oxidados. En el instante que conectamos con el corazón y creemos que las cosas pueden ser genuinamente diferentes. Al liderar para el futuro, que es donde vamos a vivir a partir de este instante.

Lo pasó a Gibson, que en un momento se vio perdida y sin saber cómo cambiar. Hasta que le puso el corazón, dejó sus miedos y se concentró en volver a sonar como tenía que hacerlo para que fluyera música por sus venas a todo volumen. La fortuna les sonrió.

Si no hubiera vencido a su memoria traumática y nada hubiera cambiado en Alfred Nobel desde la lectura de su propia muerte, hoy seguiría siendo solo el mercader de la muerte y no el mecenas de tantas y tantas personas que nos han cambiado la vida para bien.

La brisa suave de la mañana será ciclón en la tarde. La leve impresión que sentimos de cambiar pronto será imperativa, y ahora sabemos -espero- un poco más las razones de esto. Así que de nosotros depende si nos mecemos apacibles en la hamaca y vemos la caída del sol inmóviles o tomamos parte de todo y somos los que soplamos los vientos del cambio.

Nos leemos pronto si Dios quiere. Gracias por la paciencia. Tengan mucha salud.

Con cariño le dedico estas líneas a don Walter Mañán en Montevideo, uno de mis mentores, por su pronta recuperación.

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