La escritura cambia al novelista una vez culminada su exploraci&oacute;n, y el cineasta que ha puesto el ojo en el visor de la c&aacute;mara para filmar su propio pasado, cambia radicalmente tambi&eacute;n. Ya no ser&aacute; el mismo, porque la memoria tiene filo y hiere. &quot;Es imposible seguir siendo la misma persona de antes despu&eacute;s de hacer un experimento en el que te remites a tus recuerdos m&aacute;s lejanos&quot;, dice Cuar&oacute;n. &quot;Son como una grieta en la pared que tratas de tapar con capas y capas de pintura, pero no desaparece, contin&uacute;a all&iacute;, aunque sientas que no existe&quot;. Desde la butaca, compruebo la certeza de estas palabras.Es el poder inconmensurable de la obra de arte, cambiar a quien la ejecuta, y cambiar a los dem&aacute;s en la oscuridad de la sala, o en el sill&oacute;n de lectura. En la penumbra, <strong>cuando pasan al final los cr&eacute;ditos, mi sensaci&oacute;n es primero de asombro. He visto desplegarse ante mis ojos un pasado de relieves concretos, im&aacute;genes hiperrealistas cuidadosamente detalladas que puestas en sucesi&oacute;n vienen a ser el todo.</strong>&quot;Esto es imposible&quot; me dice cuando vamos saliendo el escritor Gonzalo Celorio, quien vivi&oacute; de ni&ntilde;o en la misma colonia Roma. Cines, comercios, restaurantes, bares que ya no existen m&aacute;s, est&aacute;n en la pel&iacute;cula tal como &eacute;l los conoci&oacute; y los recuerda. Imposible porque se trata de un milagro. Roma es un verdadero milagro.</div>