Claves del día

¿Puede América Latina convertirse en el próximo Silicon Valley?

La región es una de las más urbanizadas del planeta, cuenta con un gran talento humano para la innovación, y puede aprender de modelos que han funcionado anteriormente. ¿Es suficiente con imitar o adaptar lo que ha funcionado en el pasado? ¿Cuál debería ser el factor propiamente latinoamericano para el éxito?

2015-11-06

Por: Bernardo Guillamon *


Cuando América Latina mira hacia el norte para tomar como referente a un centro neurálgico de la innovación e industria tecnológica como Silicon Valley, lo hace porque es todo un símbolo. Silicon Valley es una manera de hacer las cosas, un modo particular y único de generar oportunidades de negocios. Está nutrido de la cultura californiana, que se caracteriza por tomar riesgos, enfrentar el fracaso y aprender de los errores.

Pero un modelo no se puede copiar tal cual de una región a otra, ni utilizarse como receta, sino que debemos pensar en los puntos fuertes que este y otros ejemplos pueden enseñarnos, y aplicarlos en la región teniendo en cuenta sus particularidades. Un ejemplo sería mirar a Silicon Valley e intentar replicar estrategias relevantes. Un estudio realizado por Booz & Company reportó que solamente el 20% de las empresas globales refuerzan su estrategia de negocios con una estrategia de innovación.

Es muy interesante, además, no mirar solo hacia Norteamérica, sino a otros ejemplos, como Corea del Sur, que en sólo 50 años pasó de ser un país de bajos ingresos a convertirse en uno con un desarrollo económico impresionante, a la vanguardia en tecnología. Corea lo ha logrado sin grandes recursos naturales, e invirtiendo en capital humano. Apostó a la educación, particularmente a las ciencias, las matemáticas, y las capacidades analíticas. Otro caso es Israel, que ha tomado elementos positivos de Sillicon Valley pero ha triunfado fundamentalmente en la generación de un ecosistema de innovación que permite que este país relativamente pequeño enfrente retos globales con compañías globales. El BID trabaja con ambos, para aprender de ellos.

¿Qué puede aprender América Latina de estos modelos?

Sin olvidar que no hay recetas mágicas, podemos señalar algunos elementos clave de los modelos extranjeros que la región debería adoptar. Uno de los principales es generar una inversión muy fuerte en educación. Invertir en capital humano puede ser transformador para una economía sin otro recurso que sus talentos. Una buena planificación debe comenzar por la educación básica; incluir a las universidades y los institutos tecnológicos, y acompañar esto con el apoyo a la innovación y los incentivos a las startups, para que efectivamente el potencial pueda desarrollarse.

De esta manera, el segundo punto clave, que Silicon Valley, Israel o Corea han hecho muy bien, es generar un entorno amigable para la inversión y el emprendimiento. Los mecanismos legales deben aceitarse para que se puedan formar empresas de forma ágil. Pero además debe existir un acompañamiento para que cuando uno falla pueda seguir adelante, un sistema que permita financiar las startups y el desarrollo de las pymes. Las redes de ángeles inversores y empresarios y mecanismos para la colaboración con el sector público son claves para el éxito.

En estrecha vinculación con este tema del apoyo desde el sector público, debemos hablar de crear un entorno favorable a la colaboración e inversión internacional. El de Silicon Valley es un modelo abierto y colaborativo, que funciona como un ecosistema en el que diferentes agentes se entrecruzan: expertos, técnicos, inversores, aceleradoras de inversión, creativos.

Sabemos además que la inversión extranjera directa siempre es un factor positivo. Ha sido comprobado en toda la literatura económica, y permite formar talento en los países. De acuerdo con un documento de trabajo que publicó Harvard Business School en 2014, la inversión de capital de riesgo en ALC ha crecido un 574% entre 2010, cuando era solamente US$63 millones, pasando a US$425 millones en 2013. Un buen caso para tomar como ejemplo es el de Costa Rica, en donde la inversión fue transformadora tanto para las empresas que se instalaron beneficiándose de los ingresos, como para el ecosistema creado alrededor de estas a partir de la inserción de la innovación.

Es clave, además, no olvidarse de la propiedad intelectual. La región no tiene un régimen muy fuerte de defensa, y la propiedad intelectual es la garantía fundamental para que las soluciones que una región genera puedan valer en el mercado. Como caso positivo, podemos señalar el de Perú, que ha hecho un buen trabajo al respecto y podría servir como referente.

Por último, no debemos olvidar el factor cultural. ¿Por qué hay tanta inversión e ingenio, por ejemplo, en Israel? Porque es una cultura de innovación. Tradicionalmente, han sido un pueblo que siempre debió estar alerta y afrontando situaciones complejas, y eso los fuerza constantemente a buscar soluciones. Así como Silicon Valley ha triunfado por esta cultura californiana de enfrentarse al riesgo y al error, o Israel por su cultura de constante cambio; en América Latina y el Caribe debemos generar una cultura emprendedora, porque la inversión solo sirve cuando tiene una cultura que la sustenta.

En síntesis, hemos hablado de educación, apoyo a la inversión, generar un ecosistema favorable para el emprendedurismo, y de la importancia de la propiedad intelectual y los factores culturales. Nos queda, entonces, dar un salto y pensar en los modos concretos en que la región puede adoptar paulatinamente estas características.

¿Serán las ciudades los ejes del cambio?

Cuando hablamos de tecnología e innovación, cada vez más el foco deja de ser el país para ser las ciudades. Las cosas ocurren en ellas. En este sentido, debemos aprovechar que América Latina es una de las regiones más urbanizadas del mundo. Las ciudades se vuelven espacios para crear soluciones, más que los países. Desde el BID estamos pensando en Idear soluciones para las ciudades. Un ejemplo es la iniciativa Ciudades Emergentes y Sostenibles, que apunta a ciudades de tamaño medio (de hasta un millón y medio de personas) y trabaja en unas 150 ciudades en la región. Su objetivo es apoyar su crecimiento de aquí hacia los próximos 20 años planificando su sostenibilidad; pensando, por ejemplo, en cómo hacer más eficiente el uso de agua, de la energía.

Hay nuevas startups creando soluciones para ciudades más inteligentes. Desde el BID también se promueve concurso de startups para solucionar problemas de las ciudades. Todo es parte de un proceso que está en marcha. Un gran ejemplo es el caso de Colombia, con el Programa Innpulsa, que pone recursos a disposición de Startups de innovaciones.

México, Chile y Brasil también han llevado a cabo experiencias muy interesantes. Pero aun así, la inversión en investigación y desarrollo (I&D) es muy poca en América Latina y el Caribe, donde aproximadamente solo se invierte menos del 1% del PIB. Países como Finlandia o Corea del Sur han pasado por fuertes procesos de inversión pública para llegar a ser lo que son ahora. Aunque esto está cambiando en muchos países como Chile y Colombia, la inversión pública en investigación y desarrollo ha crecido de forma constante en economías avanzadas, mientras que las inversiones en América Latina han sido modestas. Esta falta de inversión limita el emprendimiento. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), entre 2001 y 2010 Corea recibió más de 60,000 patentes mientras que en América Latina y el Caribe fueron otorgadas solamente 2,945 en el mismo periodo.

No hay una ciudad tocada con la varita mágica que vaya a ser la Silicon Valley del futuro, sino que se trata de colaboración, de redes. La clave está en crecer en conjunto. Como suele decirse; cuando sube el agua, sube para todos los botes. Cuando la inversión comienza a crecer y los entornos comienzan a convertirse en amigables para la innovación y el emprendedurismo, se genera en las ciudades y regiones un círculo virtuoso de crecimiento que se aprovecha a sí mismo. A eso apuntamos desde el BID: a la conformación de una red estratégica de ciudades emergentes y sostenibles, que permita que la región completa aproveche su potencial y crezca para el beneficio de todos.

* Gerente de la Oficina de Alianzas Estratégicas del BID

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