Claves del día

La globalización, en una encrucijada

Para el exprimer ministro británico, Gordon Brown, una globalización mal manejada llevó a movimientos nacionalistas que hablan de “recuperar el control” y a una creciente oleada proteccionista que está debilitando el orden internacional liderado por Estados Unidos desde hace setenta años.

2019-03-02

Por Gordon Brown Ex primer ministro y ex ministro de Hacienda del Reino Unido, es enviado especial de las Naciones Unidas para la educación mundial y presidente de la Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales.

Se dé uno cuenta o no, es posible que 2018 haya sido un punto de inflexión histórico. Una globalización mal manejada llevó a movimientos nacionalistas que hablan de "recuperar el control" y a una creciente oleada proteccionista que está debilitando el orden internacional liderado por Estados Unidos desde hace setenta años.

Están dadas las condiciones para que China desarrolle sus propias instituciones internacionales paralelas, lo que presagia un mundo dividido entre dos sistemas de gobernanza global competidores.

Pase lo que pase en los próximos años, ya está claro que el decenio 2008 2018 marcó un cambio trascendental en el equilibrio del poder económico. Cuando presidí la cumbre del Grupo de los Veinte (G20) en Londres en plena crisis financiera global, Norteamérica y Europa comprendían alrededor del 15% de la población mundial, pero representaban el 57% del total de la actividad económica, el 61% de las inversiones, alrededor del 50% de las manufacturas y el 61% del gasto global de los consumidores.

Pero luego el centro de gravedad económico del mundo se desplazó. Mientras en 2008 se encontraba fuera de Occidente cerca del 40% de la producción, las manufacturas, el comercio y la inversión, hoy es más del 60%. Algunos analistas predicen que en 2050 Asia representará el 50% de la producción económica global. Y aunque es posible que en esa fecha el ingreso per cápita de China siga siendo menos de la mitad del de Estados Unidos, el mero tamaño de la economía china planteará nuevas cuestiones en materia de gobernanza global y geopolítica.

Una nueva gestión

Por varias décadas desde su creación en los años setenta, el Grupo de los Siete (G7), formado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, fue básicamente la fuerza dominante de la economía mundial. Pero en 2008, algunos comenzamos a discernir un cambio de guardia. Detrás de escena, los líderes norteamericanos y europeos debatían si era tiempo de crear un nuevo foro de alto nivel para la cooperación económica que incluyera a las economías emergentes.

A menudo estos debates eran acalorados. De un lado estaban los que querían mantener al grupo con pocos miembros (una temprana propuesta de Estados Unidos imaginaba un G7+5); del otro estaban los que querían un grupo tan inclusivo como fuera posible. Todavía hoy los resultados de esas primeras negociaciones no se comprenden del todo. Cuando en abril de 2009 el G20 se reunió en Londres, en realidad incluía a 23 países (con Etiopía en representación de áfrica, Tailandia en representación del sudeste asiático y el añadido de los Países Bajos y España a la lista europea original), además de la Unión Europea.
Sin embargo, incluso ese G24 de facto no era un fiel reflejo de la velocidad con que cambiaba el mundo. Hoy Nigeria, Tailandia, Irán y los Emiratos árabes Unidos tienen cada uno una economía más grande que la economía más pequeña del G20 (Sudáfrica), pero ninguno de esos países es miembro del bloque.

También son tiempos de cambio para el Fondo Monetario Internacional. Cuando en 1944 se negoció su convenio constitutivo, hubo cierto desacuerdo en torno de si las oficinas centrales del nuevo organismo debían estar en Europa o Estados Unidos. Al final se decidió que estuvieran en la capital del país con más poder de voto (reflejo de su tamaño relativo dentro de la economía mundial). Es decir que en diez o veinte años, China podría exigir que las oficinas centrales del FMI se trasladen a Beijing. Claro que lo más probable es que el FMI se quede en Washington (Estados Unidos se iría del FMI antes de que el FMI se vaya de Estados Unidos). Pero subsiste la cuestión: el mundo está experimentando un rebalanceo trascendental, no sólo económico, sino también geopolítico. A menos que Occidente encuentre un modo de sostener el multilateralismo en un mundo cada vez más multipolar, China seguirá creando instituciones financieras y de gobernanza alternativas, como hizo con la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) y la Organización de Shanghai para la Cooperación.

Soberanía Sin Significado
El actual conflicto comercial entre Estados Unidos y China es sintomático de una transición más grande en el poder financiero global. En la superficie, la confrontación del gobierno de Trump con China se refiere al comercio (con acusaciones de manipulación cambiaria para completar). Pero los discursos de Trump dan a entender que la batalla real es por algo más grande: el futuro del dominio tecnológico y del poder económico global.

Trump al menos detecta la creciente amenaza a la supremacía estadounidense, pero no se dio cuenta de la estrategia más obvia para responderle: en concreto, presentar un frente unido con los aliados y socios de Estados Unidos en todo el mundo. En vez de eso, Trump se arrogó la prerrogativa de actuar unilateralmente, como si Estados Unidos todavía fuera la potencia dominante en un mundo unipolar. Como resultado ha dejado tras de sí un rastro de ruina geopolítica.

Entre otras cosas, Trump se salió del pacto nuclear con Irán y del acuerdo de París sobre el clima, y anunció la retirada de Estados Unidos (después de 31 años) del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio con Rusia. Además, su gobierno bloqueó la designación de jueces para el organismo de resolución de disputas de la Organización Mundial del Comercio; redujo el G7 y el G20 casi hasta la irrelevancia; y descartó el Acuerdo Transpacífico, permitiendo así a China afirmar su dominio económico en la región de Asia y el Pacífico.

Hay en esto una profunda ironía. Cuando Estados Unidos realmente era la potencia dominante de un mundo unipolar, en general prefirió actuar a través de las instituciones multilaterales. Pero ahora que el mundo se está volviendo más multipolar, el gobierno de Trump actúa por su cuenta. La pregunta es si este intento de recuperar una forma no diluida de soberanía decimonónica tiene alguna chance de funcionar.
En relación con el comercio, las políticas de "Estados Unidos primero" del gobierno de Trump pueden parecer eficaces en un primer momento para reducir las importaciones. Pero también afectan a los insumos importados necesarios para las exportaciones estadounidenses, que no se salvarán de los efectos dañinos del aumento de barreras comerciales. Para colmo de males, es posible que la actual oleada proteccionista cree nuevas presiones fiscales para Estados Unidos, en la medida en que sus trabajadores fabriles y agricultores en problemas demanden compensación mediante subsidios o exenciones impositivas.

Nubes de tormenta

Para tener una ilustración todavía más nítida de los peligros planteados por el proteccionismo y por las políticas fiscales expansivas de Estados Unidos basta pensar en lo que sucedería en caso de producirse una nueva desaceleración económica global. En 2008 los gobiernos de todo el mundo pudieron reducir los tipos de interés, introducir políticas monetarias no convencionales y apelar al estímulo fiscal. Además, estas iniciativas se coordinaron a escala internacional, para maximizar el efecto. Los bancos centrales trabajaron de común acuerdo, y la cumbre de los líderes del G20 en 2009 hizo posible una cooperación sin precedentes entre jefes de Estado y ministros de finanzas de todo el mundo.
Veamos ahora lo que podría suceder en la década de 2020, cuando habrá mucho menos margen de maniobra monetario y fiscal. Es casi seguro que los tipos de interés serán demasiado bajos para que las autoridades monetarias puedan proveer un estímulo eficaz; y los inflados balances heredados de la última crisis habrán puesto a los bancos centrales en guardia contra una mayor flexibilización cuantitativa.

La política fiscal enfrentará restricciones similares. En 2018 el promedio del cociente deuda pública/PIB de los países de la UE se sitúa por encima del 80%; el déficit federal de los Estados Unidos va camino de superar el 5% del PIB; y China se enfrenta a un creciente endeudamiento público y privado. En estas condiciones, proveer estímulo fiscal será incluso más difícil que en los años posteriores a la última crisis, y se necesitará todavía más coordinación transfronteriza. Lamentablemente, las tendencias actuales hacen pensar que los gobiernos estarán más inclinados a culparse mutuamente que a cooperar para enderezar las cosas.

De modo que enfrentamos una paradoja. El malestar con la globalización provocó una nueva oleada de proteccionismo y unilateralismo, pero el único modo de hacer frente a las fuentes de ese malestar es por medio de la cooperación. Ningún país puede resolver por sí solo problemas como el aumento de la desigualdad, el estancamiento salarial, la inestabilidad financiera, la evasión y elusión fiscal, el cambio climático y las crisis migratorias y de los refugiados. Una retirada hacia la política decimonónica de grandes potencias puede echar por tierra la prosperidad que hemos alcanzado en el siglo XXI.
En vez de representar una visión estratégica clara del futuro, la doctrina "Estados Unidos primero" se parece más a un espasmo de daño autoinfligido por parte de una potencia otrora hegemónica que sigue aferrándose al pasado. Retrotraerse al nacionalismo expresado en el Tratado de Versalles es ignorar el aporte indispensable que sólo una acción intergubernamental mejorada puede hacer.

Motivos de esperanza

Mientras Estados Unidos se aleja del multilateralismo, China está reformulando la geopolítica global por su cuenta, con el BAII, el Nuevo Banco de Desarrollo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y otros medios. Pero aunque las políticas actuales de China tendrán consecuencias duraderas para la región de Asia y el Pacífico y para el mundo, muchos todavía no las hemos considerado con atención suficiente.

Sin embargo, no es necesario que el futuro esté signado por la confrontación entre grandes potencias. El fallido lanzamiento en octubre de un cohete que llevaba a un astronauta estadounidense y a un cosmonauta ruso a la Estación Espacial Internacional (ISS) es una adecuada metáfora del estado actual de las relaciones geopolíticas.
Pero también es un recordatorio de una historia más profunda de cooperación multilateral
y de sus logros. En total, 18 países han participado en misiones a la ISS, que actualmente
hospeda un equipo de astronautas de Estados Unidos, Rusia y Alemania que trabajan
juntos.

La carrera espacial comenzó como una competencia de suma cero en plena Guerra Fría, pero luego se convirtió en un área de colaboración internacional permanente. Hoy los programas espaciales de Rusia y Estados Unidos son tan interdependientes que los astronautas estadounidenses no pueden llegar a la ISS sin los sistemas de lanzamiento rusos y los cosmonautas rusos no pueden sobrevivir a bordo de la estación sin la tecnología estadounidense.
Por supuesto, nada impide que esta larga cooperación termine. Una ley estadounidense de 2011 prohíbe a China acceder a la ISS o trabajar con la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA). Pero si potencias que en otros campos son hostiles, como Estados Unidos y Rusia, pueden hallar modos de cooperar en el espacio, seguro que algo similar puede lograrse aquí en la Tierra.

No hay que perder las esperanzas. La Guerra Fría duró cuatro terribles décadas, sobre todo porque la Unión Soviética se negó a reconocer el valor de los mercados y de la propiedad privada, y rehuyó el contacto con Occidente. Pero no puede decirse lo mismo de China. Cada año estudian en el extranjero más de 600.000 estudiantes chinos, y 450.000 de ellos lo hacen en Estados Unidos y Europa, donde forman redes profesionales y sociales duraderas.
Mientras nos preparamos para los conflictos globales en años venideros, debemos trabajar para un futuro signado por la colaboración. Trátese de la estabilidad financiera, el cambio climático o los paraísos fiscales, hay motivos para decir que el mejor modo de servir a los intereses nacionales es mediante la cooperación internacional.
Pero en un momento en que las cadenas de suministro se reorganizan, se negocian tratados comerciales bilaterales y regionales, y gobiernos regionales (y el de California también) buscan acuerdos propios en el nivel global, es preciso ampliar el alcance de esa cooperación.

La globalización está en una encrucijada. De un modo u otro, los organismos internacionales y los marcos multilaterales tendrán que adaptarse a los nuevos "polos" de poder geopolítico que están apareciendo. Las decisiones que contemplamos hoy tendrán consecuencias significativas y duraderas para el futuro de nuestro planeta. La única pregunta es si se tomarán en forma unilateral o cooperativa. Debemos tener la misma fuerza de voluntad de nuestros predecesores de la posguerra, para poder también nosotros estar "presentes en la creación" de un orden apto para nuestro momento en la historia.

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