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'No innovan solo los países ricos”

Christopher Fabian es el líder de la Unidad Innovación de la Unicef. Para él, innovar comienza... “escuchando”

2015-10-06

Por Gabriela Origlia, estrategiaynegocios.net

Estudió filosofía y el eje de su actividad es innovar. Pasa el año viajando de un punto a otro del planeta, por las zonas más desfavorables y en emergencia, buscando soluciones amigables para grandes problemas. Promueve, entre otras, la revolución del móvil y tiene 35 años. En 2013 la revista Time lo incluyó entre las cien personalidades más influyentes del mundo.

Christopher Fabian lidera, junto con Erika Kochi, la Unidad de Innovación del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). La pusieron en marcha hace ocho años con el objetivo de encontrar soluciones a las necesidades de los programas de la organización en los entornos más complejos.

Fabian dialogó con Estrategia & Negocios desde Turquía. Amable y comprometido con su tarea, insistió durante toda la conversación que la innovación es posible siempre, en cualquier lugar del mundo, en cualquier entorno. "
Los emergentes tienen mucho para enseñar; no innovan solo los países ricos". Explica que en Unicef la innovación es un 95% social y el resto depende de la tecnología. Su mirada -y la de su equipo de trabajo- está puesta en responder a necesidades locales con propuestas propias. Es un convencido de que transferir soluciones o elegir salidas globales no da resultados. La clave es preguntar, indagar qué necesita la gente y trabajar juntos.


El concepto "innovación" se usa en general como sinónimo de tecnología y de sus nuevas aplicaciones, ¿cómo lo define usted?

Unicef busca hacer bien su trabajo. Y para hacer-lo va incorporando herramientas, la tecnología es una de ellas. Hace a la modernidad y ayuda a tener información, a trabajar de manera eficiente, a llegar a la gente joven. Preparamos propuestas que tecnológicamente faciliten superar los desafíos que enfrentan las comunidades a las que vamos, lo hacemos dialogando con ellas. En los primeros años no fue simple porque debimos crear una cultura de innovación en Unicef y que todos entendiéramos su valor.

Como docente en la Universidad de Nueva York, usted habla de "la innovación que va del sur al norte", ¿qué significa?

Algo que es maravilloso es la oportunidad de redefinir conceptos. Hace tres años, cuando fue el
huracán Sandy en Nueva York, nos llamaron de la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias de
Estados Unidos. Nos pidieron que colaboráramos para instrumentar en la ciudad los sistemas de información que desarrollamos para Sudán del sur y Burundi.

Nueva York se había quedado sin conexión a internet y había que trabajar en ese contexto. La historia muestra que siempre se puede aprender de cualquier lado, que los países avanzados deben mirar e interesarse por el modo en que solucionan sus problemas los más rezagados. Esas soluciones pueden ir de un punto a otro. No hay que tener una mirada de lástima, sino mirar con la intención de aprender.

¿La necesidad es un motor para innovar?
Las necesidades son siempre grandiosas para innovar. Conozco a muchos jóvenes en países pobres
y sufridos que trabajan con programas abiertos, logran avances; las oportunidades existen y en muchos lugares se las emplea de una manera más sofisticada que en Europa o Estados Unidos.

En Tanzania, la gente hace sus transferencias de dinero con el teléfono. Es una herramienta ideal para alcanzar comunidades aisladas, de bajos ingresos y de escaso nivel de alfabetización. La gente advierte que con el teléfono puede aprender a leer y a escribir y lo hace porque los mensajes son gratis. Lo cuento porque lo comprobamos en Senegal con mujeres analfabetas que se sumaron al programa U-Report.
Menciona los móviles. Unicef trabajó con equipos antiguos, sin internet y sin geolocalización. En los países desarrollados se consideraría que no sirven para nada…
Con un teléfono de menos de US$10 se puede hablar y recibir mensajes y eso alcanza para hacer mucho, para generar oportunidades. Se abren posibilidades en todas las áreas; un mensaje puede cambiar mucho. Hay gente que deja de comer para poder comprar un móvil y que, después, camina kilómetros para recargar el abono o la energía. Pero lo hace porque tiene en claro que su vida puede depender de ese aparato; lo ayuda en todo. En esas zonas internet es casi inexistente; el móvil es el cambio. Hay muchas soluciones creativas que se pueden instrumentar con esos aparatos y las comunidades que los usan nos enseñan a ver esas soluciones sencillas.

Por ejemplo, ¿qué hace Unicef con esos móviles?
Uno de nuestros programas es el sistema RapidSMS, un sistema de código abierto que permite conectar cualquier móvil a una web e intercambiar datos en tiempo real a través de mensajes de texto. Por ejemplo, en Malawi sirvió para que los equipos de salud controlen la alimentación, el estado de nutrición, de los niños.
El ida y vuelta de información permite actuar en tiempo real. En Nigeria, ahora los nacimientos se
notifican por esa vía. Era un país con pocos datos sobre natalidad; ya hay más de siete millones de bebés notificados así. En Ruanda ayuda a atender todo el embarazo; en Liberia colaboró para involucrar a los jóvenes en la crisis del ébola, mandan preguntas y los médicos responden…

¿Cómo surgen esas soluciones?
Hay que responder a las necesidades locales con propuestas propias. Transferir soluciones o elegir
salidas globales no da resultados. Hay que preguntar qué necesita la gente y trabajar juntos. Cada comunidad plantea sus necesidades y en colaboración con los jóvenes, con las universidades y empresas surgen soluciones. La premisa es que damos un empujón inicial, pero después el proyecto debe ser autosuficiente.
áfrica o Latinoamérica tienen problemas complejos y no se les puede llevar la solución desde Nueva
York porque la infraestructura, la gente, la cultura no son las mismas. Las debemos crear con ellos y ese modo de innovar debería llegar a los países más desarrollados.

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